CAPITULO XXIV

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Bianca Hoffman

Un dolor insoportable emerge de mi hombro, me muevo con dificultad incapaz de abrir los ojos, escucho leves sonidos a lo lejos, mis fuerzas son escasas.

Maldición... Bill.

Abro los ojos exaltada y trato de incorporarme, pero el dolor me lleva a volver a la posición horizontal en la que me encontraba, la luz que se cuela por la ventana molesta mi visión. Puedo sentir que hay alguien en la habitación conmigo.

—¿Emiliano? —pronunció inconscientemente.

—No—responde una voz femenina, una voz que conozco bien.

—¿Qué haces tú aquí? — increpó, tratando de sentarme, pese al dolor.

—Trabajo aquí. ¿No lo recuerdas? — suelta con descaro. La veo preparar una jeringa.

—Me importa poco que trabajes aquí, te quiero lejos de mí.

—Bianca, debes dejar que te ayude, acabas de salir de una operación muy larga—dice con una falsa sonrisa en los labios—esto te va a ayudar con el dolor—informa señalando la jeringa. Luego toma la vía que tengo en el brazo para insertar el líquido en mi cuerpo.

Sujeto su mano de inmediato y le tuerzo la muñeca, suelta un grito de dolor y deja caer la jeringa.

—Puede que este recién operada, adolorida, y con pocas fuerzas, pero te aseguro que, si te acercas de nuevo a mí, procuraré dejarte inconsciente sobre el suelo que estás pisando—amenazo, y retrocede.

—Eres una persona demasiado agresiva—dice con indignación—. No sé porque Emiliano aún no te deja. Aunque después de lo que vio en aquel motel seguro que no tarda en mandarte los papeles del divorcio—escupe su veneno y siento una punzada en el corazón.

—Será mejor que salgas de aquí. No querrás que me levante a sacarte. — Me sonríe, sabe que me afectaron sus palabras. Recoge la jeringa y camina hacia la puerta en silencio.

Abre la puerta, antes de salir se gira.

—Él ya no te ama. Por cierto, anoche mientras casi morías, él me beso—abandona la habitación dejándome con un mar de sentimientos revueltos.

Una lágrima corre por mi mejilla, me la limpio de inmediato. Jamás pensé que Emiliano fuese del tipo de hombres vengativo, ojo por ojo, infidelidad por infidelidad. Ni siquiera ha querido escucharme para aclarar todo el malentendido que presencio. Tenía la estúpida esperanza de que a él sería la primera persona que vería después del infierno que viví en alta mar.

Si ese es el nivel de amor que me tenía, está bien. Si quiere el divorcio no me opondré, no rogaré por su cariño y menos si ha estado buscando desquitarse. Todo esto lo hice por mi hija, y para qué negarlo, por mí también. No podía dormir tranquila sabiendo que estaba libre ese hombre, y que continuaba lastimando a inocentes. Siento un hueco en el pecho

¿Si lo atraparon?

El miedo me invade. Lo dejé vivir ¿y si alguno de sus cómplices llegó antes de que llegara la policía? ¿y si él pudo escapar? No puedo quedarme con esta duda, necesito saber.

Reviso sobre la mesita junto a mi cama en búsqueda de algún teléfono, pero no hay nada. No tengo como comunicarme con la teniente o con Marco. Me deshago de las vías que tengo en los brazos. Levanto la sabana y bajo con cuidado, apenas todo el suelo se me doblan las rodillas y casi caigo. Me sujeto de la cama con fuerza. Respiro profundo y despacio me pongo de pie, no hay señales de mi ropa, por lo que tendré que salir con esta horrorosa bata de hospital humillante que deja ver toda mi parte trasera.

Lo que Aprendí de TiWhere stories live. Discover now