CAPÍTULO XIV

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Detesto tener que usar los vestidores del gimnasio para cambiarme, me parece que son tan antihigiénicos, y como no, si por aquí pasan miles de personas al día,  a eso agregarle la charla medica que me dio Emiliano sobre las bacterias y microorganismos que prácticamente crean vida en lugares como estos.

(...)

Prométeme que no los usaras— me pide desde la puerta del baño, mientras abotona su camisa.

Te dije que no, nunca los uso, son asquerosos—repetí por milésima vez.

No solo son asquerosos, son un mar de infecciones, esos sitios no los limpian con el debido cuidado que requieren, podrías pescar cualquier tipo de enfermedad al estar tan expues...—me levanto rápidamente de la cama y lo calló con un beso.

—¿Dr. Russo se terminó la consulta? quisiera hablar con mi esposo, estoy muy segura de que lo tiene atrapado ahí adentro—señalo su pecho, y comienzo a desabotonar la camisa que recién acababa de cerrar.

Llegaré tarde, pequeña ninfómana—se burla, pero no me detiene.

Soy tu creación, ahora hazte cargo de las consecuencias—niega con la cabeza y sonríe con picardía, entonces, sin previo aviso me carga en su hombro y me arroja sobre la cama.

(...)

Mi mente divaga en ese momento, y me descubro sonriendo como una colegiala, haciéndome olvidar totalmente que estoy justo en el mar de gérmenes del que me advirtió que me alejara. Deslizo el jabón con rapidez por mi cuerpo, para salir de aquí lo antes posible, por suerte no hay ninguna otra chica usando los baños. No entiendo porqué el diseño de todos estos espacios son iguales en cualquier lugar del mundo, pareciera que la regla primordial para construirlos sea que se quebrante por completo la privacidad de la persona que lo use, y es que, ¿por qué evitan ponerle puerta a las duchas? ¿creerán que nos gusta mirarnos mientras nos bañamos? es tan socialmente incomodo, casi como estar en una cárcel.

El sonido de la puerta me pone alerta, cierro la llave y tomo mi toalla con rapidez, me seco sin mucho detenimiento, para luego envolverme con la toalla. Salgo de la ducha, y doy un vistazo hacia los lados, no veo a nadie, mi corazón se acelera. 

No seas paranoica Bianca—me reprendo.

Voy directo al casillero donde guarde mi ropa, lo abro y cae un pedazo de papel, la adrenalina se dispara por mis venas, me apresuro a vestirme sin mucha sutileza, luego de estar lista, recojo el papel del suelo:

Serás mía... no tienes idea de lo que tengo planeado para ti.

—Maldito enfermo—grito. rompo el papel y veo que mis dedos quedan impregnado con un polvillo blanco.

¿Droga?

Evito a toda costa  entrar en crisis y que el miedo me paralice, corro al lavabo, me hecho una buena cantidad de jabón y me enjuago muy bien las manos, todo esto con la mayor velocidad posible, puede estar en cualquier lado, y drogada me vuelvo un objetivo extremadamente fácil de manejar.

Regreso por mis cosas, las hecho a la mochila y salgo prácticamente corriendo del lugar, no siento más que mi corazón latiendo a toda velocidad, aun no hay señales de los efectos de lo que sea que puso en ese papel. 

Abro la puerta del exterior, y la ráfaga de aire caliente de Miami choca con mi rostro. Veo a todos lados, me cercioro de tener aún la movilidad de mi cuerpo, tal vez no tenia nada el papel, tal vez esta jugando con mis emociones, buscando debilitar mi estabilidad mental y emocional, debo calmarme, no puedo entrar en su juego.

Siento unas manos sujetarme por detrás y me aparto de inmediato.

—Tranquila Bianca—pide Marco con las manos en el aire, parece sorprendido—¿Estas bien?

Lo que Aprendí de TiWhere stories live. Discover now