Él ríe ante mis palabras.

—Tienes razón.

Cuando llegamos al edificio, Minho se despide de mí con un beso en la frente y cada uno toma rumbos diferentes, pues hay muchos quehaceres por cumplir y no tenemos tiempo que perder.

En días así siento que mi energía se agota fácilmente.

Dios, ¿es esta la temporada en la que la compañía está más ocupada? ¡No recuerdo haber tenido un miércoles tan movido! Ando de aquí para allá imprimiendo papeles, redactando correos, firmando encargos en nombre de Minho y justo ahora voy corriendo por el pasillo mientras cargo un papeleo de suma importancia (según Minho).

Ya que mi mayor prioridad es llevárselos al chico de la recepción, no me fijo en las personas a mi alrededor, hasta que alguien me aparta del camino con un empujón sumamente brusco y me estrello contra la pared. Ni siquiera tengo la oportunidad de ver quién lo hizo, ya que el dolor en mi cadera me hace retorcer.

Miro por encima de mi hombro y noto una cabellera lisa que reconozco al instante: Hwamin. Me resulta atrevido de su parte cómo sigue jugando sucio a pesar de estar en la cuerda floja.

Como sea no tengo tiempo para rebajarme a su nivel y reclamarle. Maldigo en mis adentros y, con un horrible dolor esparciéndose en mi costado, sigo caminando.

Una vez liberándome de esa tarea, voy de regreso y me encuentro con Minho, quien me mira confundido... Quizá porque vengo cojeando por el malestar.

—¿Qué te pasó?

—Venía deprisa y choqué con alguien.

—¿Con quién?

—No me fijé. —sonrío, tratando de olvidar el tema.

—No me mientas.

Mi sonrisa se desvanece y mi mirada vacila de un lado a otro.

—Con Hwamin.

Minho agarra mi mano y me arrastra a su oficina, cerrando la puerta con seguro.

—¿Dónde te golpeó?

—En la cadera.

—Déjame ver.

—No es la gran cosa, estoy bien.

—No te lo pregunté, te lo ordené.

Su preocupación es un poco exagerada, sin embargo, obedezco levantando mi camisa y jalando el borde de mis jeans. Él se agacha y examina el golpe. Hay una marca roja que de seguro no tardará en volverse moretón.

—¿Te duele?

Ejerce una presión leve con su pulgar e inevitablemente siseo entre una mueca de incomodidad.

—Sí, no hagas eso.

Él suspira.

—Quédate aquí. No quiero que salgas a menos que estés conmigo.

—¿Eh? ¿Qué vas a hacer?

—Nada. Simplemente no quiero que salgas, ¿entendido? —me señala.

No puedo descifrar si está enojado o no y prefiero quedarme con incertidumbre, así que me limito a hacerle caso.

Esa misma noche, después de cenar y completar nuestra rutina nocturna, Minho se encarga de tratar mi herida. Estoy acostada de lado, mordiéndome el labio y apretando los ojos para soportar el dolor mientras él me aplica pomada.

—Se ve peor que esta tarde —suspira y acomoda mi blusa, dándome a entender que ha terminado—. Espero que esta crema ayude.

—Gracias, Minho.

Grietas del Corazón ; Lee MinhoWhere stories live. Discover now