32.

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Abro los ojos y la claridad que entra a la habitación me hace saber que ya es de día. Estiro mi cuerpo y me percato de que su lado de la cama está vacío, entonces salgo del cuarto y la encuentro de espaldas cocinando. No percibe mi presencia, así que voy directo al baño para cepillar mis dientes.

Cuando regreso ella todavía está de espaldas y, siendo muy sigiloso, me acerco y deslizo mi mano desde su cintura hasta sus caderas, provocando que se sobresalte.

—¿Por qué te asustas si no hay nadie más aquí?

—Por qué estoy concentrada, ¿no me ves?

—Sí, ya me di cuenta. Pasé al baño para lavar mis dientes y ni me viste.

—Bueno... ¿Tienes hambre? Sé que te gusta el ramen por las mañanas, así que te preparé eso.

—¿Por qué no me levantaste? Creí que cocinaríamos juntos.

—Aún tenemos el almuerzo para cocinar juntos o la cena... Depende de si hay algo que quieras hacer hoy.

—De hecho sí, quiero que veas algo.

—¿Qué?

—No sabrás hasta que lo veas. ¿Te gustan los paseos en tren?

—Suena divertido. 

—Vamos a comer primero, ¿de acuerdo?

Ella asiente y después de colocar los platos en la mesa nos sentamos juntos a compartir el desayuno. Por supuesto que siempre hay algo de qué hablar con ella y es aquí donde me doy cuenta de que el tiempo pasa muy rápido cuando la tengo a mi lado. Yo solía ​​odiar el ruido porque encontraba consuelo en el silencio, pero ella vino a cambiar eso.

Poco después de desayunar, ella entra a la ducha. Por mientras, yo aprovecho a limpiar la cocina y recoger la cama hasta que llega mi turno de usar el baño. Es irónico cómo empezó a arreglarse antes que yo, pero soy el primero en estar listo.

Mientras aguardo con paciencia sentado en la cama, ella se mira al espejo y entonces me doy cuenta de que viste una falda plisada (que le llega un poco más arriba de las rodillas) y una camisa que se ajusta a su torso. Se ve tan...

—Minho...

—¿Dime? —parpadeo repetidas veces de forma disimulada.

—Estoy lista —guinda una bolsa de tela en su hombro—. ¿Nos vamos ya?

—Mhm...

Agarro las llaves de la cabaña y salimos para dirigirnos a la estación. No está para nada lejos, es solo una caminata de cinco minutos. Ella va sosteniendo mi mano y meciéndola de un lado a otro. Quiero decirle que se ve preciosa, pero las palabras no salen de mi boca y sólo puedo sentir que los latidos de mi corazón se aceleran.

Quizá se lo diga más adelante.

Llegamos a la estación y por suerte el tren ya está ahí. Perfecto, así no nos toca esperar. Subimos al vagón, me ofrece el puesto junto a la ventana y ella se acomoda en la orilla.

—¿Qué traes en esa bolsa?

—Cosas...

—¿Es comida?

Ella niega risueña—. Una cometa y burbujas. Seremos niños por un día.

—No creo que volar una cometa y soplar burbujas sea exclusivamente para niños. Creo que son perfectos para el lugar al que vamos.

—Me alegra que pienses así y que no me llames infantil.

—Aun si lo hiciera, no creo que te importe.

Grietas del Corazón ; Lee MinhoWhere stories live. Discover now