16.

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Suspiro por milésima vez en el día, llamando la atención de Changbin, quién está junto a mí en la sala de descanso. Minho también está aquí y ni siquiera he probado mi comida por estar viéndolo.

—¿Qué te pasa? Llevas rato distraída y suspirando.

—Es que... ¿Puedo decirte algo?

—Por supuesto.

—Hoy les regalé galletas, ¿verdad? Y pues también traje unas para Minho, pero cuando quise dárselas, me ignoró.

—Aah... Es por eso que has estado mirándolo sin disimular.

—¡Pues sí! Es un raro. Prácticamente rechazó mi gesto y me dijo que me fuera contigo.

—No lo captas, ¿verdad?

—No vayas a empezar con que está celoso porque no es así —resoplo, poniendo los ojos en blanco. Eso es una estupidez—. Ayer tuve un pequeño problema y él me ayudó, ¡pero no lo comprendo! Primero es amable y cinco segundos después me trata cómo un cero a la izquierda.

—¿Sabes qué? No diré nada. Date cuenta por ti misma —se inclina hacia mí y, entre una sonrisa cómplice, me susurra—: Mejor ve con él.

Yo lo miro no muy convencida—. ¿Crees que debería?

—No todos amanecemos felices. A nadie le gusta madrugar y tal vez Minho no se sentía del todo bien esta mañana. Inténtalo una vez más.

Muerdo el interior de mi mejilla, todavía creyendo que no es buena idea, y volteo en su dirección; está con esa cara de pocos amigos que le caracteriza. Por último miro a Changbin y me resigno a asentir en acuerdo.

—Está bien. Lo haré.

—Te veo más tarde —se pone de pie—. Suerte.

Le regalo una sonrisa, que sale más como una mueca forzada, y entonces me deja sola. Me tomo un momento para ordenar mis pensamientos y saco las galletas. Dios, me siento cómo una estudiante que está a punto de confesarse a su crush, ¡lo cuál es ilógico porque Minho ni siquiera me gusta! Simplemente creo que tiene una personalidad dominante y eso me intimida.

Reúno el valor suficiente y me encamino a su mesa, donde me siento frente a él e inmediatamente obtengo su atención.

«Sólo actúa cómo siempre lo has hecho. Sé esa chica molesta que él tanto detesta», me animo mentalmente.

—Hola. Creo que esta mañana te pillé en un mal momento y cómo eres tan gruñón, me hablaste de esa forma.

—¿Ahora qué quieres?

—Te traje galletas —sonrío amplia antes de delizar la caja hacia él—. De nada.

—No quiero tus regalitos.

Auch.
¡No importa, sigue insistiendo!

—En lugar de decir «de nada», debería agradecerte por ayudarme ayer. No sé qué habría pasado sin ti, así que te lo agradezco de corazón.

—No lo hice precisamente por ti. Si hubiese sido otra persona, también habría intervenido.

—Cómo sea. Come una galleta.

—Estoy lleno.

—No me moveré de aquí si no comes una. ¡Son galletas de avena!

—¿Y?

—Y están muy ricas —abro la caja y rompo una para tomar un trozo, el cuál acerco a su boca—. Come.

—Aléjate.

Grietas del Corazón ; Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora