Cuando estaba libre, sin la maldita camisa de fuerza o alguna atadura que le impedía el movimiento, caminaba en círculos por el reducido espacio, sentía que solo enloquecía con la falta de libertad. Pasó de andar suelto por la ciudad, yendo y viniendo por dónde le dio la gana, a estar en esa maldita habitación 2x2 rodeado de blanco. Era una tortura.

Tuvo que caminar con la camisa de fuerza, siendo sujetado con firmeza mientras lo llevaban por el corredor tan lúgubre como el resto del lugar.

—¿No han pensado en decorar? Qué mal gusto tienen.

—Según tú, ¿qué color iría bien? —preguntó aburrido.

—Rojo. Me encantaría pintar las paredes de rojo —declaró con una sonrisa, imaginando cómo se vería todo.

«Una obra de arte»

—Puto loco.

Terminó soltando una risotada, divertido por el escándalo ajeno.

Los enfermeros que se cruzaban, o la persona que fuera, lo miraban con precaución y temor, y a su vez no lo perdían de vista. Como si estuvieran esperando que hiciera algo para echársele encima.

—¿Cómo estás, Keiler? ¿Estás tranquilo? —preguntó el doctor O’Connell cuando llegaron hasta él, que los esperaba frente a la puerta del comedor en donde les daban tres comidas al día.

Él a veces no asistía ni a las dos primeras. Demasiado ocupado en la habitación de aislamiento siendo castigado por una u otra razón. Normalmente era por agredir a alguien.

—No sé, ¿qué opina usted, Doc? —preguntó burlón.

El hombre suspiró.

—El fiscal te está esperando. ¿Debo recordarte que tienes que comportarte?

—No hace falta. Me porto bien con él —ensanchó la sonrisa al ver la cara del mayor, entre desconcertado y hastiado.

—Pórtate bien, no quiero castigarte —advirtió cuando el guardia lo empujó para que entrara al lugar.

Keiler borró su sonrisa y se detuvo frente al médico, mirándolo con fiereza.

—¿De verdad no quiere? —siseó con odio.

El hombre le sostuvo la mirada, esta brillaba detrás de los anteojos. Aun así no le respondió y Keiler tuvo ganas de saltarle encima como un auténtico cavernícola.

—Vamos, Novak, date prisa —el guardia volvió a empujarlo, consiguiendo que se moviera.

Entraron al comedor y lo primero que vieron fue al fiscal de espaldas, esperando en una de las tantas mesas. Su traje oscuro era lo único que resaltaba entre tanta blancura. Irónicamente, fue como encontrar un faro encendido en medio de la espesa oscuridad.

Así de impresionante fue para Keiler, que al estar encerrado y totalmente aislado del mundo sentía que su única ancla a tierra era aquel hombre que lo odiaba más que a nadie. De eso estaba seguro.

Lo gracioso era que él no lo odiaba. Andrei era divertido, le gustó ese jueguito que mantuvieron durante tanto tiempo. Lo entretuvo y, en muchas ocasiones, le provocó hasta una extraña sensación de gratitud: que lo persiguiera tanto y lo odiara volvía todo más divertido y entretenido, y eso era suficiente para que él y su burlona esencia la pasaran bien.

Malvado | BL © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora