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Al caer la noche apareció la Vía Láctea y la contemplamos maravillados. Permanecimos juntos y en silencio, rodeados por infinitas estrellas.

Así debe ser la eternidad, suspiró Madison. Me gusta...Abrázame más.

La apreté contra mi pecho y le dije: Pasemos la noche aquí.

¿En el morro?

Abajo, en uno de los hoteles. Mañana podremos ir a la playa.

Suena divino.

Descendimos del punto de observación y tomamos un tuk-tuk eléctrico hasta el otro lado de la isla. Ahí pagué por una habitación doble en uno de los pequeños hoteles a orillas del mar, y cenamos en el cuarto. Luego de cenar, bajamos a la discoteca del hotel, y danzamos hasta la madrugada. Bailando mejilla con mejilla al compás de una dulce balada polinesia, Madison me susurró al oído: Ryan, creo que me estoy... Y con un beso, completó la frase.

Por la mañana, el servicio de habitación nos tocó la puerta trayéndonos un carrito repleto de frutas, diversos tipo de pan, jugos, y café fresco. Desayunamos plácidamente, y después de ducharnos juntos, nos vestimos y bajamos al primer piso del hotel, donde había una boutique. Compramos trajes de baño, sandalias, toallas de playa, y un tubo de protector solar. Del hotel caminamos unos cinco minutos por un senderito de vegetación hasta llegar a una playa de arenas negras bañadas por el azul del océano. Tomamos sol. Luego entramos al agua. Al salir, Madison y yo nos echamos en la orilla para besarnos mientras que la espuma blanca iba y venía y nos mojaba. Estábamos enamorados. Y lo sabíamos.

Humanos ArtificialesWhere stories live. Discover now