Capítulo 8

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Jefatura de policía, Piedmont, California.

11:05 AM.

Camino a Jacob.

Lágrimas secas se aglomeran junto el baño de las que recién ando derramando en mi sudoroso rostro. Con el corazón encogido, la garganta cerrada, mis cables entrecruzados. No hay más cabida en mi sistema que para el sufrimiento.

Me ciego por el remolino de inquietudes que se desatan en mí  sin querer ser dominadas.

“Estás maldita, Adaline”

“Maldita y sangrona”

Intento respirar con normalidad y dominar el pánico que me producen los dos agentes que me tienen postrada a esta silla.

Hace más de seis horas.

El rubio que aparenta estar entrando en sus cuarenta y el más joven de tez oscura con ojos rasgados. Ninguno se ha apiadado de mí ni un casto segundo para darme pie.

Pie para poder digerir. 

Digerir lo que presencié en carne viva.

La muerte de Constance.

Inhalo una leve cantidad de aire por mis fosas nasales, oliéndolo todo tan podrido como en mi interior.

Constance… si se podía reconocer como tal.

Ya que lo poco reconocible que quedó de ella, estaba totalmente destrozado y triturado.

Como si hubieran hecho una matanza de ganado en su propia cama.

Su cara se encontraba decrépita , tan así que lucía como si el autor del crimen se la hubiera pasado de lo grande divirtiéndose haciendo una fogata en ella.

Las sábanas vil y asquerosamente enrolladas en sus muñecas empapadas en sangre.

Y no queda ahí.

Todas sus tripas e intestinos grasos esparcidos por las paredes embarrándolas de sus líquidos y restos. Sus ojos se mantenían abiertos, sin dirigirse a ningún punto fijo.

Simplemente quedando reflejados en ellos… la marca del mal.

El mal que reina en el infierno que le procede.

A él.

“El rojo… Si. El rojo es tu castigo por hacerlo”

Sé que él fue quien lo hizo.

¿La razón?

Entreteniéndose haciéndome pasar un infierno aquí arriba. Antes de que con sus acciones me arrastre abajo hacia él.

Arderé viva antes de dejarme someter por sus insinuaciones.

Eso jamás.

Me sostendré con uñas y dientes si hace falta, a esas barras que tanto me remarcó.

—Confiese Señorita Saffron Spencer Hills —me presiona incrementando mi llanto al volver a su ojo incriminatorio.

No soy más que una cría. Una con un destino escrito. Escrito por un demonio ensartado conmigo.

Esto me supera.  

No lo soportaré. La carga que me está sumando es demasiado pesada.

Y los ladrillos extra de esos tres no alivia mi lucha.

—Confiese que mató a la señora Constance Stone cuando la visitó el veintitrés de septiembre—agacho la cabeza, mis lágrimas cayendo sin censura en la mesa—Confiese que una vez que esta despidió en un taxi, usted le hizo creer que se marchaba cuando en realidad se quedó. Se quedó esperándola hasta el anochecer. Y el resto es obra suya.

Una vez tocado el Infierno Where stories live. Discover now