Magnus se me queda viendo y habré la boca. Con rapidez tomo más papilla y se la doy, hace una mueca cuando la cuchara toca sus incisivos, pero por lo demás la disfruta.

–Pareces estar de buen humor —me felicita Maryse–. ¿Y Rigna?

–Arriba. Le dije que descansara.

Cuando Jonh me unió a Rigna me explicó algunas cosas. Primero: no está viva, pero no es un zombie, puede pensar por sí misma. Segundo: que no me sorprenda si cuando habla no me mira, son como ciegos y sus ojos sólo adornos en la cara. Tercero: no duerme, pero necesitan un descanso, que consiste en no hacer nada por al menos una hora al día. Cuarto: necesita energía que toma de mí. Quinto: sólo me obedece a mí. Y por ultimo: cuando Magnus cumpla doce años, ella desaparecerá porque ya no será necesaria.

–Ash, Alec –su hermana aleja la cuchara de su boca que está abierta por culpa del llanto–. Tú y tus dientesitos me van a volver loca.

–¿Los tocaste? –pregunta Simon.

–Sólo los roce, es un llorón –se defiende Isabelle.

–Es un bebé –le recuerda su novio.

–A ver, dame eso –sin protesta, Isabelle da la cuchara y papilla a su madre.

Ella lo alimenta con cuidado y Alec agradece el cambio.

–Robert, querido –habla Maryse sin dejar su tarea–. Hoy en el correo vi una carta del consejo dirigida a ti. ¿De qué era?

Robert ha estado muy quieto y por lo que pude ver incluso tenso, supongo que es hora de su anuncio que me mencionó en la noche. Para dar más dramatismo, se levanta y aclara su garganta.

–Hace unos días hablé con Jia respecto a mi situación. Le expliqué que no podría encargarme del puesto de Inquisidor y cuidar a Alec al mismo tiempo, por lo que tomé una decisión –respira preparándose para la siguiente línea–. Iré a Idris y me dedicaré un cien por ciento a mi puesto.

Maryse deja caer la cuchara, Isabelle y Simon lo miran sorprendidos e incluso Jace y Clary salen de su mundo para verlo con la boca abierta. Eso incluso me sorprendió a mí. Pensé que quería quedarse y cuidar a su hijo, por como lo vio anoche no lo había dudado ni por un segundo.

–¿Qué? –su esposa se levanta y lo mira perpleja.

–Mañana me voy –Robert sonríe, como si estuviera diciendo el clima–. Hoy es mi último día aquí.

–¿Nos abandonas? –Isabelle se levanta y mira a su padre con el ceño fruncido– ¿Nos vas a dejar?

–Isabelle, –Robert se ve nervioso, presiona sus puños y deja sus nudillos blancos– no se trata de eso, yo sólo...

–¿Qué? –interrumpe Jace– ¿Quieres venir sólo a jugar con él? ¡Es tu hijo!

–¡Eso lo sé! –grita Robert ofendido.

–¡Será mejor que tengas una buena excusa para esto! –chilla Isabelle.

–¡Es...!

–¿Es por otra? –pregunta Maryse con una mortal calma. El peso de sus palabras crea un silencio total– Es eso ¿verdad? –sus ojos azules pronto se ven llenos de lagrimas de impotencia— ¿Cuántos años tiene? ¿La conozco?

Todos miramos a Robert. Simon y Clary parecen incómodos, igual que yo, por presenciar esta escena.

–Maryse... –habla Robert tras un rato, su boca es una fina línea y mira por un segundo a su hijo. Parece que nadie más advirtió ese detalle– No, no la conoces.

Isabelle comienza a negar con la cabeza y Jace lanza una carcajada sin ganas. Maryse desvía la mirada.

–¿Desde cuándo estas con ella? –pregunta con voz ahogada.

–Unas semanas –acepta casi de inmediato, he estado con la humanidad lo suficiente para saber que dentro de esa pausa hay mucho que ocultar–. Ella, tiene diecinueve...

-¡Y todavía lo presumes! –grita Isabelle– ¡¿Cómo tienes la cara para decirlo?!

–Isabelle –todos, incluso Clary y Simon lo miran con ira, parecen no notar lo roto de su voz–. Yo...

Sin que nadie la viera, Maryse se acerca y calla a su esposo con una bofetada tan dura que le deja la marca de su mano en la mejilla sin rasurar.

–Vete. Vete hoy mismo, no necesitas hacer esperar a esa joven –Alec llora y Maryse se acerca para sacar a su hijo de la sillita alta–. Si sales de la sala, –sigue hablando con voz tensa y sin verlo– no quiero que regreses y no querré volver a verte. ¿Entendido?

Robert traga grueso y se va sin decir nada. Maryse llora meciendo a su hijo, Jace patea la silla y sigue pateándola hasta hacerla añicos. Clary lo detiene abrazándolo desde atrás. Isabelle se mantiene tiesa en su lugar, Simon va a su lado y cuando la toca ella se deja caer en una posición fetal, su novio se arrodilla y la abraza para consolarla.
Me siento tan fuera de lugar que por un segundo me pregunto qué hago aquí. El llanto de Magnus me lo recuerda.

–Iré por Rigna –informo sabiendo que a nadie le importa.

Subo al cuarto de los bebés donde Rigna está sentada en la mecedora viendo al frente, sin darse cuenta que Robert toca nostálgico la cuna de madera oscura.

–Rigna, Magnus llora –como si la hubiera encendido, se para y retira sin decir nada.

–Ya me iba.

Robert da la vuelta y está a punto de salir, pero yo me interpongo. Lo miro seria y él suspira derrotado.

–¿También me gritarás?

–No –relajo mi postura y cruzo los brazos–. Quiero que me digas la verdad.

–¿Cuál verdad? Me voy hoy mismo

–Puedes engañar a todos, pero he estado con los humanos mucho tiempo...

–No soy humano.

–Oh, eso dicen, pero son más humanos de lo que creen. Y como decía, he estado tanto tiempo con ellos que los conozco como la palma de mi mano; y sé que lo que dijiste abajo no es verdad. No tienes una amante, y quiero saber la verdadera razón de porqué te vas.

–Eso no importa.

–No, claro que importa. Anoche estabas aquí, cuidando a tu hijo con una sonrisa en tu rostro. No me engañas –lo señaló acusadoramente–. Estabas en paz, verlo te hacía feliz. ¿Y ahora te vas?

–Tú lo viste. Ellos, –señala afuera, a su familia en el comedor– no dudaron ni un segundo de mi palabra, ni siquiera se atrevieron a reconsiderar que tuviera una amante –sonríe como si esto fuera una mala broma–. Sólo lo aceptaron.

–¿Entonces por qué te vas? –pregunto sin comprender.

–No fui un buen padre una vez, no lo seré dos veces.

–Eso no lo sabes, puedes aprender de tus errores.

–No, no puedo –niega con la cabeza, se escucha tan roto, tan resignado–. Alec merece más de lo puedo darle. Más comprensión, apoyo... y cariño. Muchísimo más cariño de lo que yo jamás podré darle.

–Puedes dárselo...

–No. Me voy y Catarina, por favor no le digas esto a nadie ¿está bien? Prefiero que me dejen solo.

Hay tanta suplica en su voz, tanta desesperación que asiento incapaz de decir nada. Robert me sonríe agradecido y se va, dejándome sola en la habitación de los bebés. Me acerco a la cuna de Alec y veo que el patito ya no está. Robert se lo llevó.

.

Para la cena nadie baja al comedor, los chicos se quedaron en su cuarto y Maryse y Rigna con los bebés. Estoy sola, sé que no podré vivir con este secreto que estruja mi corazón, así que llevo mis dedos a mis cienes, cierro los ojos y pienso en la conversación con Robert; pronto sus palabras y el recuerdo queda borroso hasta desaparecer casi por completo.
Lo único que queda es una frase sin contexto.

Prefiero que me dejen solo.

No sé si es lo mejor para él, pero sí lo es para mí.

Malec ¿otra vez? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora