Inquisidor

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~Nueva York (Instituto)~

Catarina }{

–Shh –camino de un lado a otro en un intento de tranquilizar a Magnus–. Shh, tranquilo. Vamos, no llores.

–Si lo desea puedo continuar, mi señora –Rigna estira sus brazos y yo miro sus dedos. Esos dedos que una vez tuvo Ragnor.

–No, estoy bien. Pásame la medicina.

Rigna asiente y veo sus cuernos contrastar con su negro cabello. Se parece tanto a Ragnor... como me gustaría que estuviera aquí; seguramente esta situación le hubiera parecido muy divertida y le tomaría fotos a Magnus hasta cansarse y después se lo mostraría cuando creciera. Él sería mi apoyo.
Rigna me da el bote con la pomada y yo recuesto a Magnus en su cuna. Sigue llorando y sus ojos ya comienzan a ponerse rojos. Tomo un poco de la pomada y con ayuda de la otra mano le abro la boca para frotar la pomada en sus encías donde se ven pequeños puntos blancos.
Durante la noche, Alec y Magnus comenzaron a llorar, y Robert y yo acudimos al cuarto donde los pequeños se retorcían y cubrían sus bocas. Les están creciendo los dientes. Normalmente eso pasa hasta el año, pero ellos no son normales.

–¿Me das un poco? –pide Robert recostando a su hijo, que llora tanto como Magnus.

La pomada los calma un poco, pero aún les molesta. Retomo a Magnus y mi caminata. Robert se sienta en la mecedora con Alec en brazos y el cuarto queda en silencio excepto por los suaves quejidos. Me gustaría mucho hablar para distraerme, pero no sé de qué hablar con Robert. Es un hombre tan serio y cerrado que dudo siquiera que quiera hablarme, pero lo intento de todos modos con un tema que no rechazará.

–Robert. ¿Qué pasará con el consejo?

–¿Qué quieres decir?

–Con el peldaño para los míos. Magnus era el representante, pero dudo que pueda seguir siéndolo.

–Me parece que en ese tema no tengo mucho que aportar –Alec se durmió en sus brazos y Magnus bosteza–. Pero si quieres mi opinión, pueden hacer una reunión y votar.

–Quizás. Gracias –Robert se levanta y camina hasta la cuna de su hijo.

Recuesto a Magnus y lo arropo. Robert también acuesta a su hijo y lo mira con dulzura. Por un segundo no veo al temible Robert Lightwood, el Inquisidor, sino a Robert Lightwood, un padre amoroso y preocupado.

–¿Puedo preguntarte algo personal? –pregunto en voz baja para no despertar a los bebés.

Robert me mira con duda. Como dije, es cerrado y espero una respuesta tipo: "No me molestes, bruja." Pero después de unos momentos, asiente con la cabeza.

–¿Qué piensas hacer?

–¿Con respecto a qué?

–¿Te quedarás con él? ¿Qué pasará con el puesto de Inquisidor?

Robert sonríe y mira a Alec, como si su presencia le relajara, como si con sólo verlo la respuesta fuera clara.

–No pensaba decirlo hasta el desayuno –sonríe nostálgico y me mira–. Y aún lo pienso. Tendrás que esperar

Me río por su intento de parecer sarcástico. Parece que sólo se necesitó un bebé para romper la armadura de hierro de este hombre, quizá no sea tan malo después de todo.

.

–Debes comer –intento meter una cuchara cargada de papilla a la boca de Magnus, paro él se aleja y mueve frenético la cabeza–. Vamos, está deliciosa –con un movimiento exagerado meto la cuchara en mi boca y con otro más exagerado, me froto el estomago–. Mmm, suculenta.

Malec ¿otra vez? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora