Señuelos y tirones.

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Apenas si podía moverme por culpa de mis nervios, y por estos, mis motricidad resultaba imposiblemente torpe. Suerte que no tenía un arma a mano o me habría cortado a mí mismo porque el pulso me temblaba, mi corazón desbocado apenas si me permitía escuchar mis propios pasos. El ángulo de mi visión se había estrechado y mi olfato perseguía un único rastro, el de ella.

El aroma de su cabello, el que flotaba tibio sobre su piel. Su piel manchada que no podía quitarme de la cabeza, sus labios llenos, su boca desbordante de valentía y el color del fuego tomando cuenta de su melena. Su cabello que llegó aquí luciendo como carbón apagado había despertado y ahora ardía.

Sus llamas se contagiarían por toda superficie a la que ella tuviese acceso ya que nadie podía permanecer inmune a su presencia. Yo menos que nadie.

Tenía todo el día necesitando verla y Marrigan me había regalado sin querer, la excusa perfecta, Charlotte había aceptado tomar el apellido de la casa Brochfael y mi firma ya estaba en los documentos oficiales; ella ahora era una de nosotros, por lo que podría quedarse aquí todo el tiempo que quisiera, el cual del modo más egoísta, necesitaba que fuese mucho. Cada vez que pensaba en la familia de Charlotte entraba en pánico; temía que tarde o temprano ella los necesitase desoyendo mi necesidad de su presencia, del sonido de su voz y su mirada.

Alcanzamos su puerta y los soldados que iba a la cabeza, se hicieron a un lado.

Llamé; a pesar del terror, era peor continuar experimentando la distancia que me devoraba por dentro con filosas dentelladas de acero, dejándome las entrañas frías y el pecho con un incurable vacío.

Mi puño dudó al bajar y rogué por que los soldados no lo hubiesen notado.

Espere sintiendo su presencia al otro lado de la puerta.

Charlotte era un señuelo en el agua y yo un pez hambriento.

Mordí el señuelo al escuchar los pasos.

Mi pulso se agitó y respirar se convirtió en una confusión de inhalaciones y exhalaciones entrecortadas y torpes que no le permitieron a mis pulmones, oxigenar mi corazón.

Los tirones, parte de una estúpida lucha que no tenía sentido, por poco y acaban conmigo de rodillas frente a su puerta.

¡Por los dioses que la necesitaba más que al aire que respiraba!

Que me arrancase de mi medio, que doblegase la dura superficie de mis escamas, que tomase mi vida en sus manos para hacer de ésta lo que quisiese.

—¡Su Majestad!

El rostro que apareció en el hueco de la puerta junto con el aroma de la cena no fue el de Charlotte sino el de Marehin.

—Buenas noches.

—Buenas noches, Su Majetad.

—Necesito hablar con la Señora, por favor, podrías preguntarle si...

Mi voz se interrumpió al ver su sonrisa aparecer por el lado derecho de Marehin.

Charlotte lucía radiante, le brillaban los ojos, tenía el rostro sonrosado, el cabello mojado, iba con una gruesa bata aterciopelada morada, con un simple camisón de lino por debajo. Todavía podía percibirse en su presencia el calor del baño que tomara y el aroma de las sales que utilizara al hacerlo.

Su perfume por poco me noquea y mi maldito cerebro que se lanzó de cabeza a imaginarla desnuda en el agua, me impidió hablar; no pude darle las buenas noches siquiera.

—Buenas noches, Su Majestad.

Su piel en el agua caliente.

Su piel caliente y húmeda en mis manos, en mis labios, en mi boca.

El rey del dolor.Where stories live. Discover now