Quebrado.

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Temblando dentro de mis botas y ropas, logré guiarla por los corredores en dirección al ala de servicio donde se suponía que Tudwal estaría esperándonos después de organizar el alojamiento para Charlie.

Fui testigo de las miradas que registraron la redondez de sus orejas, las manchas en su rostro y su altura, y por supuesto el hecho de que ella iba pendida a mí como una criatura pequeña que depende del cuidado de sus mayores para sobrevivir.

Charlie no era una niña, no al menos en los estándares de su sociedad, era una mujer y para mí, mucho más que eso.

Era el motivo por el cual acaba de quebrarme, la razón por la que mi raciocinio y espíritu no volverían a conciliar jamás.

Así en ese estado fui pateando mi culpa siempre un paso más adelante, para volver a encontrarla al siguiente, recodándome que no quería dejarla partir.

Asco.

Vomitaría y lloraría asco por el resto de mis días o al menos, hasta que la supiese de regreso en su hogar.

Todavía no podía terminar de procesar lo sucedido.

Rygan no podía dejarla aquí un año, la mera idea era simplemente desquiciada.

Mi único consuelo fue que al menos, al llegar a la cocina, dos de las doncellas sonrieron al verla.

Las dos jóvenes muchachas se ofrecieron a ayudar a instalarse después de que la gobernanta pidiese voluntarios para la tarea, al cabo de que yo le explicase la situación. Situación que por supuesto, expliqué a medias. Nadie sabría de mis labios que Charlie había llegado aquí a través del espejo del príncipe ni que Rygan la había acusado de si no ser responsable de la desaparición de su hermano, al menos estar involucrada en dicho evento.

Nadie hizo preguntas cuando anuncié que Charlie comenzaría a entrenar a la mañana siguiente porque así lo quería Su Majestad.

Y por la sensación que me dio, llegué a la conclusión de que Tudwal tampoco se había explayado mucho más al momento de reclamar un espacio para ella.

Las dos muchachas se pegaron a Charlie como a un cofre desbordante de tesoros por descubrir, ofreciéndoles sus manos para que ella se apoyase al andar.

Me prometieron que cuidarían de ella hasta que Nalu o quien yo pudiese enviar, llegase a reemplazarlas.

Le había peguntado a Charlie si estaba bien que las dejara con las muchachas y ella me sonrió pretendiendo ocultar la inestabilidad que yo sabía que padecía.

Plantado en la cocina, la vi alejarse con ellas.

En cuanto estuve seguro de que no podía escucharme, les advertí a todos que si alguien la lastimaba física o verbalmente, debería vérselas conmigo y les pedí que pasaran la advertencia a los de los turnos siguientes.

De quien Charlie se quejara, se las vería con mis filos.

No a todos les sentó bien mi amenazara pero ese sería su problema, no mío.

Acabé agradeciéndoles para bajar un poco el tono de la conversación y me largué.

Esperaba poder pasar a verla luego que concluyesen mis obligaciones de esta noche.

Nalu alzó la vista del descontrol de papeles que cubría su escritorio.

—¿Te burlas de mí, no es así?

Me mantuve de pie en mi sitio, a dos pasos de la silla frente a este lado de la pieza de mobiliario.

Ella sonrió, yo no.

El rey del dolor.Where stories live. Discover now