Rugido.

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Parpadeé y volví a estudiar mi reflejo en el espejo.

Había funcionado y por ese y varios motivos, aún no podía asimilar que la mujer en el brillante cristal era yo.

El sonriente rostro de Marehin apareció por encima de mi hombro derecho.

—¿Le gusta? Si no está conforme con el resultado podríamos intentar...

Ante mi profunda inspiración que quedó encerrada, contenida y escudada por el corsé del vestido blanco, Marehin se detuvo.

Lo profundo del escote era solamente comparable a la profundidad del corte sobre mi espalda, que ahora quedaba cubierta por una cascada de cabello que tenía la sensación pasara una eternidad desde la última vez que la viera.

La manga se ajustó a mi brazo derecho el cual ganara mucho volumen desde mi llegada, cuando alcé el brazo para tocar el collar con las siete estrellas pegado a la base de mi cuello.

Posé las yemas de mis dedos sobre este esperando que al tocarlo, transmitiese un mensaje único y revelador directo a mi cerebro.

El collar nada dijo, aún así, casi podía jurar que estaba vivo, que pensaba y que conocía mis pensamientos, mis dudas y también mis vergüenzas.

Mi pecho se deprimió justo por debajo del escote cuando recordé que en mi muñeca izquierda llevaba el brazalete que él me diera, por fuera de la manga del vestido tal cual era la costumbre porque se suponía que debía quedar siempre visible.

Giré la cabeza hacia la derecha esperando ver por debajo de las trenzas que alzaban mitad de mi cabellera, lo que no estaba allí.

Mis orejas continuaban manteniendo sus formas redondeadas.

La desilusión pesó todavía más sobre mi pecho oprimido.

—Luce bellísima, Señora.

Giré la cabeza al frente otra vez.

—El vestido es maravilloso, Marehin. Gracias. Hiciste un trabajo estupendo.

—Tuve ayuda.

—Fue tu idea Es... —inspiré llevándome ambas manos al vientre en para posarlas sobre el pequeño trozo de tela entre el profundo escote y la cintura que descendía en forma de v hacia mi pelvis. Sin querer moví las caderas y toda la falda se meció con una fluidez acuosa que no creí que la tela pudiese tener.

—Es lo que usted se merece, Señora. Luce como una reina.

Y si bien jamás había soñado con ser nada semejante, hoy por hoy tenía la certeza de que nunca lo sería porque con este vestido asistiría a su fiesta de compromiso. Sin importar qué, Beth sería su reina, no yo.

Las palmas se me pusieron pegajosas; las aparté del vestido por miedo a ensuciarlo.

—Señora, sé que es un atrevimiento de mi parte mencionarlo pero...

Busqué su mirada a través del espejo y ella se detuvo por un instante.

—Usted es su compañera, Señora y nada en este mundo ni en ningún otro, tiene el poder de cambiar eso.

—Se casará con ella, Marehin.

—E incluso así, ustedes continuarán perteneciéndose el uno al otro por siempre y más allá de la eternidad, y no solamente eso, él la ama, estoy segura, usted es mucho más que una obligación para Su Majestad.

—No quiero ser una obligación para nadie —entoné con mi garganta comprimiéndose sobre sí misma y con la amenaza de un torrente de lágrimas en mis lagrimales.

El rey del dolor.Место, где живут истории. Откройте их для себя