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Entonces, ¿Viste a Kenny haciendo algo raro? –inquiere mirándome de reojo.

– No. En las dos oportunidades que lo vi estaba haciendo cosas normales –me río–. Camila, estaba en un bar ¿Qué esperabas? –inquiero divertida y ambas carcajeamos.

– Llegamos –estaciona el auto–. ¿Quieres algo? –pregunta mientras toma su bolso.

– La verdad no pero gracias –le sonrío–. ¿Si te va bien trabajando en esta farmacia? –inquiero inspeccionando la zona.

– Sí. He aprendido –me informa mientras bajamos del auto–. Ahora, sí. Nos vemos –mueve su mano y se adentra en el local. Observo este último, y veo a un par de personas caminando por los pasillos y entonces le veo a él.

¡¿Mateo?! Sin demorar, me cercioro de cerrar el auto para adentrarme en la farmacia con suma rapidez–. Creí que... era solo mi imaginación –suelto un pesado suspiro–. Él se fue de la ciudad, Mabel –me recuerdo caminando entre los pasillos.

A todas estas, ¿Por qué reaccioné así cuando creí que era... Mejor olvídalo, regresa al auto.

– ¿Necesitas algo? –pregunta Camila.

– Nada –le digo avergonzada mientras muevo mis manos–. Yo ya me iba –le informo mientras señalo la salida y camino hacia esta de espaldas.

– ¡Mabel, cuida... –Camila exclama demasiado tarde porque ya he tropezado.

– ¡Cuidado! –exclama el chico sosteniéndome–. ¿Estás bien? –pregunta.

– ¡Oh disculpa! –emito con rapidez–. Yo... sí, sí tranquilo –consigo decir–. ¿Y tú? –pregunto mientras me recupero del todo.

No, no es Mateo...

– Igual –esboza una sonrisa–. Debes tener más cuidado.

– Y no caminar sin mirar –añade Camila divertida con la situación.

– Sí, lo siento –digo avergonzada.

Él me sonríe y abre la puerta dejándome salir primero.

– Bueno, creo que debemos tener más cuidado ambos –se ríe.

– Tienes razón –respondo avergonzada.

De verdad creí que podía ser Mateo.

Él chico inicia su camino y yo miro la hora.

Entro al auto y conduzco hasta el lugar del curso donde Santiago me espera en la puerta.

Bajo del auto con mi bolso en mano y mientras me acerco, él se quita los auriculares: – ¿Todo bien? –pregunta sonriente.

– Si –asiento–. ¿Llevas mucho rato esperándome?

– Sólo unos minutos.

Entramos al edificio y pedimos información sobre el aula.

Esperamos a que sean las tres y finalmente iniciamos el curso con treinta y ocho participantes.

Nos presentamos uno a uno, recibimos información referente a los temas a tratar, las formas de evaluación y los implementos que debemos traer por cada clase.

Tomo apuntes con sumo cuidado y lastimosamente lentitud.

Santiago se burla de mí, al tener que salir de últimos por mi culpa.

Para el día de mañana tenemos que traer los más esenciales y descargar en el celular -o artefacto inteligente de nuestra preferencia- los libros que el instructor nos enviara al correo.

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