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– ¿Qué tal te fue hoy? –pregunta Carlos mientras regresamos a casa–. Por lo que veo muy bien –mira la pequeña pila de regalos que tengo en las manos.

– Lucas y Manu le dieron regalos –añade Camila.

Él entreabre sus labios y seguidamente frunce el ceño – Un momento... ¿Esos no estudian contigo? –inquiere.

– Sí –afirma.

– Pero son mayores –Carlos se vuelve hacia mí.

– Sólo por un año –le digo con simpleza–, además eso no quiere decir nada. Solo somos amigos.

– Y no sólo ellos –Camila sonríe ampliamente y se dispone a continuar pero me limito a interrumpirla.

– Bueno, bueno, me fue bien –digo irritada y le doy un mordisco al cupcake que Lucas me dio–. ¿Quieren probar algo? –les pregunto mientras mastico.

– ¡Tienes la boca llena! –Camila me señala y hace una gesto de desagrado–, pero una dona estaría bien –toma una dona de las que Lu me regaló.

– ¿Tienes galletas? –pregunta Carlos.

– Oye, oye, tampoco tengo una despensa aquí –añado.

Al llegar a casa, guardo las golosinas en la nevera, almorzamos en familia y al poco tiempo Camila me ordena que me prepare. Luego de ducharme, regreso a mi habitación.

– Genial –cierro la puerta–. ¿Por qué tantos? –digo en voz baja–. De verdad que no quiero irme de aquí –observo mis regalos en la cama mientras me visto–. Todos me recordaron lo mucho que me extrañarán... pero de lo que estoy segura es que yo los extrañaré aún más –mascullo afectada.

Entre mi momento nostálgico, noto que al lado de los libros que me han regalo mis hermanos, hay una caja pequeña con la letra M pintada de varios colores que asemejan la galaxia. – ¡¿Y esto?! –tomo la caja entre mis manos y la inspecciono–. Es muy bonita... es la misma letra de cada año –deslizo mis dedos sobre la M–. ¿Qué será esta vez? –me pregunto mientras intento abrir la caja.

La suave brisa proveniente de la ventana, me anuncia que esta yace abierta. – Yo no la abrí... –mascullo mientras entorno los ojos, algo no pinta bien–. Solo son ideas mías –sacudo mi cabeza e ignoro la ventana abierta–. Esto debe ser algún obsequio de mis padres –digo para mi mientras abro la caja–, nadie va a estar dejándome obsequios cada año desde los... ¿cuatro? –me río–. ¡Que hermosos! –miro el contenido de la caja– ¡Son muy hermosos! –aprecio lo zarcillos y la cadena que hacen juego.

– Vamos –Camila abre la puerta–. ¿Lista? –pregunta y se acerca a mí.

– ¡Voy! –la miro.

– ¿Y eso? –se acerca curiosa.

– Estaba aquí, ¿Sabes quién me lo regalo? –pregunto.

– La verdad no –hace una pausa–, pero ¡Son muy lindos! –expresa.

– Sí –sonrío y me coloco la cadena.

– Te queda muy bien, usa los zarcillos también –señala–. Te espero abajo y péinate por favor –sale de mi habitación.

– Bien –delante del espejo me quito los zarcillos que llevo puestos y me preparo para colocarme los nuevos–. ¡Que lindos! –me miro en el espejo y entonces, veo una sombra detrás de mí– ¡¿Que carajos?! –exclamo.

Me vuelvo con brusquedad para mirar hacia la ventana y no dudo en acercarme a ella para mirar hacia afuera y justo en la esquina de la casa, vislumbro la silueta de un chico marchando a paso rápido.

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