—¿En serio?

—Mhm. —afirma.

—... Bueno, gracias por sus palabras.

—Con permiso.

—Qué tenga buen día.

Él sale de la oficina y quedo paralizada tratando de procesar la situación. Me resulta sorprendente y, por un momento, dudo de la veracidad de sus palabras, aunque sería absurdo que mintiera. Después de todo, Minho y el señor Lee parecen mantener una relación estrecha.

¿Yo agradándole a Minho? Suena imposible. ¿Y qué clase de situación ha enfrentado? Supongo que se trata de un tema delicado cómo para que haya cambiado tanto, ¿no?

En ese momento recuerdo un pequeño detalle y miro a mi alrededor en busca de él. No está. Me refiero a que la foto de esa chica que Minho tenía en su escritorio ha desaparecido. ¿Pero quién es ella? ¿Acaso tiene algo que ver con lo que el señor Lee mencionó?

¡Suficiente! Por ahora debo enfocarme en el trabajo.

Sacudo la cabeza, guardo todos los documentos dentro de una carpeta para cargarlos con más facilidad y luego abandono la oficina para ir con Minho. Él toma los papeles para examinarlos y, por alguna razón, no puedo apartarle los ojos de encima. La curiosidad se ha apoderado de mí y ahora no dejaré de pensar en lo que el señor Lee ha dicho.

—Hey, ¿trajiste contigo la USB que te mandé la otra vez?

—Está en mi bolso que tengo en la oficina.

—¿Puedes ir a la fotocopiadora e imprimir los archivos que guardé en ella? Los del veinte de marzo. Después de hacerlo, tráelos a mi oficina, por favor.

—Entendido. 

Le doy la espalda y siento su atención en mí una vez más... ¿O tal vez es sólo mi imaginación? Volteo hacia él y me encuentro con sus ojos. ¿Por qué últimamente me mira tanto? Parece que estudia cada uno de mis movimientos. Él desvía el rostro casi de inmediato y se da la vuelta para comenzar a caminar en dirección opuesta.

Pensándolo bien, hace mucho que no lo molesto y quizás lo encuentra fuera de lo común. De ser así, estamos en la misma página porque yo también siento curiosidad hacia él, incluyendo su pasado.

Bueno, eso es algo que vamos a dejar para más adelante. Por ahora debo priorizar el poner manos a la obra.

Primero tengo que conectar la memoria al ordenador, buscar el archivo que Minho especificó, asegurarme de que todo esté en orden y por último imprimirla. Hago eso, pero hay un pequeño detalle y es que ninguna de las carpetas contiene la información que Minho me pidió. Qué extraño. Se supone que aquí fue donde guardé el trabajo la última vez.

Hago un último intento por encontrar la información y entonces caigo en cuenta de que no es la misma USB. Hay archivos, sí, pero son fotografías y un par de videos.

Arrastro el mouse hasta llegar al final de la carpeta para echar un vistazo; realmente no son muchas fotos, pero las pocas que hay son de la misma persona. Hago clic en una y me encuentro con una chica de tez pálida con cabello oscuro y ondulado, sus facciones son suaves y definidas. Es muy bonita. ¿Será la misma chica del escritorio de Minho? No es algo que puedo confirmar porque no la vi bien.

Abro uno de los videos y, de nuevo, ella es la protagonista. «Minmin, mírame» se escucha una voz masculina que no tardo en reconocer; suena tal cómo Minho. Ella posa creyendo que es una fotografía y al darse cuenta de que no lo es, arruga la nariz. «¡Deja de grabarme!» cubre el lente de la cámara y lo último que se percibe es cómo ambos ríen al unísono.

Intento pasar a la siguiente foto, pero sin querer cierro la página y es entonces cuando reacciono. Dios, si Minho se entera de que estoy revisando sus cosas, seré carne frita. No debería entrometerme en asuntos ajenos.

Antes de que alguien más aparezca, desconecto la USB y salgo rápidamente para volver con Minho y decirle que se equivocó. ¿Y si me pregunta cómo descubrí que no es la misma USB? ¿Qué debo decirle? En definitiva le desagradará oír que vi esas fotos.

Antes de entrar, le doy un último vistazo a la memoria y considero el no decírselo, pero esa idea no tiene sentido porque de igual forma él necesita los papeles. Finalmente tomo un profundo respiro y giro la perilla.

—Minho, esta no es la USB que...

Suspendo mis palabras cuando él ahoga un grito, pues mi voz lo tomó desprevenido. Lo que está sosteniendo se le escapa de las manos y el estrepitoso sonido de un vidrio rompiéndose me indica que es el marco de una fotografía, la fotografía que vi en su escritorio el otro día. 

¡Oh, no!

—Mierda... —gruñe por lo bajo.

—Lo siento mucho, no quise...

—¡No lo toques! —exclama al ver que tengo la intención de recogerlo.

La dureza en su voz me hace sobresaltar y retrocedo por instinto.

—No fue mi intención asustarte. Perdona.

—¿No te han enseñado a tocar la maldita puerta antes de entrar a un lugar ajeno?

Anteriormente lo había hecho enojar, pero nunca antes había apreciado tanta furia en sus ojos. Fue un accidente y asumo toda la culpa; no debí pasar sin antes avisar.

—Es que venía apurada y... —titubeo entre palabras sin saber cómo excusarme. Él parece querer aniquilarme con la mirada y eso me abruma en demasía, entonces quedo con la mente en blanco.

Qué aura tan intimidante.

—Aún así debes tocar. No soy tu amigo para que tengas esa confianza.

—... Puedo limpiarlo por ti.

Me coloco en cuclillas mientras estiro el brazo, pero él es más rápido e impide que lo haga, apartándolo de un brusco tirón que me hace caer sentada. Un sonoro quejido se escabulle de mi boca y de nuevo quedo atónita. Eso dolió.

—¡Te dije que no! ¿No se supone que te di una orden? ¿A qué has venido sin los papeles que te pedí?

Mis ojos se abren a tope y mi pecho sube y baja por lo alterada que está mi respiración. ¿Por qué me grita? Sé que puede ser un objeto de suma importancia para él, pero ¿es razón para reaccionar así? ¿Acaso es porque no quiere que vea la fotografía?

—Es que esta no es la USB en la que guardé la información. —suelto con voz frágil.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

Su rostro refleja desconcierto pero su enojo sigue allí, pues estruja fuertemente uno de sus puños. ¡Ese descuido fue suyo, no mío!

—Pues... porque... porque no pude encontrar las carpetas que me pediste.

—Dámela —exige y prácticamente la arrebata de mi mano cuando se la extiendo—. ¿Viste algo?

De inmediato sacudo la cabeza en negación y él suspira frustrado, como si no me creyera.

—Te prometo que no vi nada. Tampoco fue mi intención asustarte y que la foto se rompiera —trato de justificarme—. Yo simplemente...

—Te doy tres segundos para que te largues.

Tras oír esto, me levanto con prisa y salgo de su despacho entre pasos imprecisos. En cuanto cierro la puerta, estrujo mi cabello y una mueca de preocupación se plasma en mi cara. ¡Me siento culpable! Arruiné algo que definitivamente contiene valor sentimental para él. No quiero imaginar cómo habría reaccionado en caso de confesarle que vi esas fotos y videos.

Grietas del Corazón ; Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora