-XVII

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Su pequeño dragón, sangre de su sangre, su hermoso hijo. Rhaegon ya tenía dos años de estar con Laela y Harwin, siendo luz en sus vidas. Su primogénito era un niño grande para su tan corta edad, su tamaño definitivamente era cortesía a los fuertes genes de su padre, sin embargo, había heredado el cabello platinado y ojos lilas característicos de los Targaryen. Nació a penas unos días después de Aegon Targaryen y en acto de buena fe hacia Alicent, Laela decidió hacer honor al nombre de su nuevo hermano junto al de su amada hermana Rhaenyra, todo esto, con la esperanza de qué ambos príncipes desarrollaran una buena relación a medida que crecían. La mejor manera de evitar una guerra era ganar las batallas emocionales, Blodreina lo sabía.

—Brenna, quítale esas piedras a tú hermano de las manos. Antes de qué lastime a alguien.—expresó la Reina Targaryen.
—Voy mhysa.—respondió su hija adoptiva, mientras corría al encuentro del pequeño príncipe que se encontraba lanzando rocas en el jardín.

Rhaegon era un niño testarudo, travieso, siempre energético. Un verdadero dolor de cabeza. Laela lo amaba con todo su ser, él era la prueba de qué el amor a primera vista existía y podía verse reflejada en su pequeño hijo. Él tendría un futuro admirable, ella lo sabía, con tan sólo un año de vida, Blodreina supo que su heredero sería grande. En el regazo de Laela se encontraba dormido su pequeño hermano, Aegon, a diferencia de su hijo, era un niño bastante tranquilo, juguetón pero más calmado que Rhaegon. La platinada agradecía que Alicent le permitiera desarrollar una relación con su hermano menor, después de todo, el nacimiento de su primogénito se vió opacado días después del nacimiento del primer nieto del Rey Viserys, el primer hijo de la Reina de la Bahía de los Libres. La joven Reina quería pensar que Otto Hightower no había envenenado aún a su hija Alicent o simplemente se dió cuenta de que ser adversario de Laela era una batalla perdida.

—No entiendo aún cómo puedes estar tan bien con esto.—comentó Rhaenyra fastidiada mientras veía al pequeño que estaba dormido en las piernas de su hermana mayor.

—Los hijos no tienen que pagar por los pecados de sus padres, Nyra.—respondió Laela.

—Todos esperan que padre me reemplace como su sucesora al Trono por su primogénito varón.—susurró Rhaenyra en un tono cabizbajo.

—No lo hará y yo no permitiré que eso pase.—Laela estaba despreocupada por ello, ella sabía que su padre no haría tal cosa. Si Laela era la luz en la vida del Rey, Rhaenyra era la niña de sus ojos. El verdadero problema sería que las casas se revelaran en su contra.

—¿Cómo estás tan segura? Todos los Lores prefieren a Aegon por sobre mí por solo ser hombre e incluso preferirían mil veces que te sentaras tú en el Trono con todo lo que has logrado, tienes a un heredero asegurado ya. Yo no soy nadie.

Nyra basta. Tú eres Rhaenyra Targaryen, legítima heredera al Trono De Hierro, serás Reina y protectora de los Siete Reinos, pero tienes que creer en ti. No puedes dudar, no puedes flaquear, fuiste fuerte todos estos años en mi ausencia, tú sola, todo lo que necesitas ser está dentro de ti, tienes que creer que eres capaz de todo lo qué te propongas. Cualquier signo de debilidad será festín para nuestros enemigos.

—Gracias hermana.—dijo Rhaenyra con una sonrisa, su hermana mayor siempre sabía que decir y aunque solo fuera unos dos años mayor que ella, gracias a sus experiencias, Laela se había convertido en una Reina muy sabia.—Sigo sin entender el porqué de tú apego con Aegon y Alicent.

—Somos familia.

La menor de las hermanas hizo una mueca ante aquellas palabras provocando que la mayor reventara en risas. Aegon se revolvió en su espacio y abrió sus ojitos.—La La.—comenzó a decir recién despierto mientras escondía su rostro en el cuello de su hermana mayor.

The one that prevails | Harwin StrongWo Geschichten leben. Entdecke jetzt