-XI

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Tres meses habían transcurrido desde que Laela fue declarada presuntamente muerta. La vida en Pentos era todo lo que había soñado, la diferencia era que Harwin no estaba a su lado, era inevitable no pensar en él cuando recorría las calles de la ciudad, visitaba los mercados, veía las obras de los artistas callejeros y los actos de magia. Sabía que debía olvidarlo, al final de cuentas, él le había dado la espalda.

Amira en cambio, se había convertido en una buena amiga, Laela era consciente que la sacerdotisa tenía una clase de veneración hacia ella por su supuesta misión y creencias con su Señor de la Luz pero al menos no la presionaba, no la hacía sentir incómoda e incluso le había enseñado cosas de si misma que no sabía. La pelirroja creía firmemente que la princesa, como era conocida desde pequeña "La Llama del Dragón", en efecto había nacido con la misma y no por el mechón rojo que brotaba de su cabello si no porque una noche ambas se encontraban en el lugar donde residían, una pequeña fortaleza a las afueras de la ciudad, en las Llanuras, Laela estaba caminando sonámbula, murmurando entre dientes lo que parecía ser "La respuesta está en el fuego", mientras se acercaba a la chimenea de piedras, con las manos extendidas hacia el fuego. Amira corrió a su encuentro pero la joven ya había adentrado sus manos a las llamas, cuando la jaló de golpe, la princesa despertó, se encontraba un poco aturdida. La sacerdotisa examinó las manos de la Targaryen y donde debían haber severas quemaduras, sus palmas estaban en perfecto estado, sin rastro alguno de heridas.

La chica de cabellos platinados pasaba los días en el pequeño huerto que había construido en las parcelas de la vivienda, la princesa había vivido su vida con todas las comodidades, pero gracias a los libros que habían en la biblioteca de la residencia, había logrado ingeniárselas. Este nuevo estilo de vida era uno que la joven encontraba gratificante, tenía paz, se había convertido autoeficiente, sus miedos habían cambiado y se sentía libre. No podía negar que por las noches lloraba al pensar en su hermana, Rhaenyra, y aunque odiara admitirlo, en Harwin. Su sueño de ser libre se había hecho realidad pero, ¿de qué sirve la libertad si la acompaña la soledad?
Y si algo era cierto es que un Targaryen solo en el mundo es algo terrible.

Laela se encontraba feliz, su primera cosecha de tomates había sido exitosa. En el gran terreno, estaba Nyx reposando sobre el pasto. Por suerte su herida ya estaba sana y gracias a las conexiones que poseía Amira en Pentos, había logrado esparcir rumores alrededor de todo el continente que la dragón en su pena, por la pérdida de su jinete se había asentado en las llanuras de la ciudad y que lo mejor era no acercarse, si la dragón no era molestada no había razones para temerle. Rumores que eran respaldados por el mismo príncipe de la ciudad, él cuál había otorgado la vivienda donde residía la princesa y quién había prometido mantener la identidad de Laela en secreto.
—Creo que la vida de granja nos va bien ¿No lo crees Nyx?
La dragón solo soltó un bufido en respuesta al comentario de su jinete, provocando que esta riera.
—Lo sé, es algo aburrida.
Nyx levantó su cabeza, miró en dirección a la residencia, mientras gruñía. Alguien había llegado.
—ilinītsos Nyx.—reconfortó Laela a su dragón mientras acarició su cuerpo.
(Descansa Nyx)

Laela se adentró a la vivienda y cuando vió de quién se trataba se sorprendió un poco.
—Me sorprende verte regresar tan temprano.
—Veo que la cosecha dió buenos resultados.—comentó Amira con una pequeña sonrisa.
—Asumo que la razón por la que no estás en el Templo Rojo a estas horas es por algo más importante que halagar a mis tomates ¿no?.—reprochó la princesa de forma divertida.
La sacerdotisa asintió, su expresión era neutra, sin sentimiento alguno.
—Hay alguien que desea conocerte Laela.

Al panorama se unió un hombre de tez bronceada, cabello lacio, algo largo, con una delicada barba, bien fornido. Laela lo observó detenidamente, no podía negar que aquél hombre la intrigaba.
—Este es el príncipe Reggio Haratis.—presentó la pelirroja.
—Admito que es un placer conocer finalmente al hombre que me ha dado un techo todos estos meses. Honestamente llegué a pensar que eras un invento de Amira.—confesó Laela, mientras extendía su mano en forma de saludo.

The one that prevails | Harwin StrongWhere stories live. Discover now