Capítulo 4: El Mellizo

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Me cuelgo la mochila y sigo a Laura, que baja las escaleras con entusiasmo. Le hace ilusión ver a sus padres y a su hermano después de tanto tiempo y, la entiendo. Yo estaría igual si estuviese a punto de ver a mis padres de nuevo.

Cuando salimos del bloque de pisos, hay un pedazo de Mercedes Benz GLC azul oscuro aparcado enfrente de él. Tengo que concentrarme en no abrir la boca como una gilipollas y babear. Qué cochazo. Me da que esta gente tiene dinero.

Mi amiga corre hasta el coche, del que sale su madre, que la abraza con fuerza. Se dicen un par de cosas y entonces me acerco yo, procurando no interrumpir ningún momento bonito entre madre e hija.

- Mamá, esta es Miriam, mi compañera de piso - me presenta Laura sonrientemente.

- ¡Qué mona es! Encantada de conocerte - me abraza con toda la confianza del mundo y yo le devuelvo el abrazo.

- Igualmente - murmuro sonrojándome. - Y gracias por dejarme colarme en vuestro fin de semana familiar.

- No te preocupes, hija, si tú no puedes irte con tus padres, entonces te adoptamos temporalmente - resuelve ella con tranquilidad.

Me río y le vuelvo a dar las gracias mientras metemos las cosas en el maletero. Veo que la mujer mira la chaqueta que llevo puesta con una sonrisa antes de meterse en el coche. Miro la prenda y me muerdo el labio. ¿Cómo es que siempre acabo con ella puesta? Es muy cómoda, eso sí. Aparto esos pensamientos y me subo al coche también, escuchando cómo Laura y su madre hablan de la universidad y esas cosas. Me acaban metiendo en la conversación y yo respondo cómodamente, sintiéndome bastante a gusto. Esta señora es muy maja. Aunque no me ha dicho su nombre y me da vergüenza preguntar.

- Tss, Lau - llamo a mi amiga en apenas un susurro y ella se gira en el asiento del copiloto. - ¿Cómo se llama tu madre?

- María - se ríe ella en voz baja.

- Vale, gracias - me echo hacia atrás en mi asiento y miro por la ventana.

Estamos en pleno campo, y ciertamente, me recuerda al sitio en el que vivo. Aunque esto no es tan bonito, la verdad. Me muerdo el labio con nerviosismo y suspiro. Va a ser raro estar metida en una casa que no es mía con una familia que tampoco es mía. Si ya me siento como una intrusa, pues va veremos cómo me siento después.

El viaje no es demasiado largo, apenas una media hora de viajecito por carretera de asfalto y luego unos cinco minutos por un camino de tierra y piedras hasta llegar a un portón de hierro bastante normalito y que nada tiene que ver con el lujo del coche. Pasamos por el portón y atravesamos otro camino de tierra hasta llegar a una casa bastante bonita y no demasiado grande. Tiene césped por toda la parte delantera y seguramente también por la parte trasera. Un par de perros corretean entorno al coche mientras María aparca y yo los miro medio embobada. Son dos rotwailers y son preciosos. A la gente le suele dar miedo ver unos perros tan grandes, pero yo estoy segura de que son unos perretes monísimos.

Bajamos del coche y la pareja de bestias empieza a saludar a sus amas con entusiasmo, comportándose casi como cachorritos.

- ¿No te dan miedo? ¿O prefieres que los encerremos? - Me pregunta Laura acercándose.

- Déjalos, si son muy graciosos - me río cuando uno empieza a olisquearme y no parece demasiado hostil, sino más bien amigable.

Cogemos las cosas del coche y voy tras ambas mujeres con los dos perros oliéndome con bastante curiosidad, y cuando entramos en la casa, se escucha el sonido de algo cayendo al suelo y luego cómo alguien maldice. Llegamos a la cocina y hay un señor de unos cuarenta y muchos, recogiendo del suelo un montón de cereales.

Imprudente // Pablo GaviUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum