Capítulo 3: Adiós, Verano

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Mis amigas y yo brindamos, chocando nuestras cervezas. Han organizado un botellón en la playa del pueblo para despedirme. En un sitio tan pequeño, donde todos se conocen, y nadie se va, cuando alguien sale al mundo real, fuera de esta burbujita de pueblo costero, es motivo de fiesta. Una fiesta de despedida, claro. Y es para mí.

No he llorado porque llorar me destrozaría el rímel, que conste.

Lola va más bebida de lo que debería (como siempre) y está excesivamente cariñosa, pegada a mí como una maldita lapa y diciéndome que me quiere mucho de formas bastante originales.

- ¿Sabes... sabes esas almejas que intentas abrir con todas tus fuerzas pero no te dejan para que no te comas la carnita que hay dentro? - Su tono ebrio me hace costar entenderla, pero me río y asiento. - Pues yo soy la almeja y no quiero que se lleven a mi carnita - solloza abrazándome con más fuerza.

- Qué romántica - se burla Ari, que se está partiendo el culo de risa.

- Calla y déjame a mi carnita - murmura Lola cerrando los ojos y recostándose contra mí.

- Qué mona es - dice Alicia mirándonos con ojitos tiernos. - ¿Cuando se duerma le podemos pintar una polla en la frente?

Una carcajada se me escapa y la aludida se yergue enseguida, pareciendo mucho más despierta que hace un segundo.

- ¡Eh! Que te he oído, guarra - la señala con el dedo y las cuatro nos reímos.

La vuelvo a atraer hacia mí, abrazándola. Las voy a echar de menos. Mis niñas. ¿Qué haré sin ellas? No lo sé. Pero es mi culpa por ser la única que se va a estudiar fuera de Huelva. Suspiro y miro con la cara más inocente y de niña buena a mis otras dos amigas, que se levantan de sus toallas y se sientan en la mía para abrazarme. Y así, las cuatro, nos quedamos abrazadas largo rato, mirando las olas romper en la orilla.

- Os voy a echar de menos - murmuro mirándolas.

- Y nosotras a ti, preciosa - responde Ari besando mi frente.

Ella es la mayor del grupo, y normalmente la más madura. Aunque de dieciocho a veinte años tampoco puede haber mucha diferencia. En fin, que ella suele ser la voz de la razón en los momentos complicados; la que mantiene la calma.

- Os quiero.

- Te queremos.

Sonrío y apoyo la cabeza sobre el hombro de Ari, cerrando los ojos y respirando la brisa marina. Echaré de menos estos momentos con mis chicas. Echaré de menos la granja. Echaré de menos el mar. Echaré de menos a mi gente.

Y en conjunto, echaré de menos a mi tierra, a mi Huelva.

★★★

Cuando acabo de ordenar las cosas que he traído, me dejo caer en mi camita. Es mejor de lo que esperaba teniendo en cuenta la mierda de piso que he alquilado. Bueno, yo y otra chica que aún no ha llegado. Pero ya llegará. Supongo.

Reviso los mensajes y me río al ver la cantidad de mensajes que me ha dejado mi madre. Le aseguro que todo está correcto y me levanto de la cama para ver si el baño es decente. Sonrío al comprobar que sí. No está tan mal como esperaba. Es pequeño, sí, pero limpio y, a su manera, acogedor. Compartir cuarto con una desconocida no me agrada del todo, pero mejor esto que dormir en la calle. Y al menos tengo cocina, salón y baño. A un módico precio.

Me quito la chaqueta y me la amarro a la cintura porque ya no es tan temprano y el sol comienza a picar. Y yo, que soy tan lista, no tengo otro sitio al que irme que a Sevilla. Como aquí se está tan fresquito en verano. Pero aquí también está la mejor universidad de los alrededores a la que podía optar. Cosas de ser pobre.

Imprudente // Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora