CAPÍTULO 28: SUICIDIO.

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Héctor y Leo se miraron entre sí, estaban como atontados por lo que acababan de sentir.

Las lágrimas dejaron de inundar los ojos lavanda de Leo, miraba asombrado a la persona que tenía en frente.

—Qué...

Toc Toc.

La repentina interrupción de Dennis hizo que Héctor reaccionara, Leo no fue la excepción.

Desvió sus ojos sintiéndose confundido e incómodo.

—Pasa —dijo Héctor.

Toc Toc.

Dennis seguía golpeando la puerta de manera insistente.

—He dicho que pases.

Toc Toc.

Héctor chasqueó los dientes, se apartó de Leo y al final no le quedó más remedio que abrir la puerta él mismo.

Al hacerlo, se dió cuenta que las manos de su secretario estaban ocupadas, cargando una bandeja llena de comida.

—Siento golpear varias veces, pero no puedo mover mis manos.

El golpear la puerta tampoco fue fácil para él, cada que lo hacía la bandeja de movía. Ya que usó sus piernas para golpear la puerta.

Héctor abrió la puerta del todo, dejando que Dennis entrara en la habitación, después la cerró.

Le ayudó acomodando las sillas y en la mesa, para que Leo empezara a comer.

La mañana estaba a punto de terminar y ninguno había probado bocado.

Ambos estuvieron poniendo todo en su sitio, mientras Leo observaba en silencio lo que estaban haciendo.

Minutos más tarde ordenaron todo.

En la mesa había variedad de platillos, y gran variedad de frutas frescas.

Debido a que la habitación de Leo era la principal, tenía todas las comodidades que le gustaba a Héctor.

—Puedes aprovechar y tomar un descanso, que de Leo ya me encargo.

Dennis asintió.

—Gracias señor.

Observó por última vez a Leo, dándose cuenta que ya no estaba llorando y se le veía más tranquilo pero aturdido.

Desvió sus ojos, y finalmente se fue a tomar ese descanso que se merecía.

Aprovechando que Dennis se había ido, Héctor quería pasar un rato a solas con Leo, aunque la comunicación era casi nula por la falta de entendimiento.

Desde el lugar donde estaba parado, al lado de toda la comida que trajo Dennis señaló con su mano.

Luego agitó su mano para que Leo se acercara, aunque Héctor no pronunció ninguna palabra, Leo entendió su gesto.

Se destapó la sábana que le cubría, puso sus piernas al suelo, luego se puso las pantuflas que estaban alrededor de su cama, y cuando quiso empezar a caminar se sintió mareado y por poco se cayó.

Gracias a la rapidez de Héctor quien se dió cuenta de su estado a tiempo, corrió hacia donde estaba Leo y le agarró con delicadeza para no lastimarle.

—Estás bien?

Héctor le seguía agarrando su delgada cintura, le miraba en esos ojos hermosos.

Lo único que pudo hacer Leo fue mirarle en silencio, pues no entendía qué le estaba diciendo este extraño.

MALDITO.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant