Capítulo 44

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Para Jung-kook fue toda una sorpresa toparse por casualidad con el lugar favorito de Ji-min en el jardín. Yuh-jung le había hablado de una piedra en forma de asiento en mitad de un claro, que no podía ser otro que aquel sitio, aunque se había olvidado mencionar que las vistas eran espectaculares, a pesar de que solo podía ver en penumbra lo que la luz de la luna le permitía. Un sinfín de estrellas brillaban en el cielo, confiriéndole al lugar un encanto especial.

Se sentó en la piedra, miró al cielo y dejó escapar un suspiro de cansancio. Entendía por qué a Ji-min le encantaba aquel sitio, pero para él estaba vacío sin su rubio. Intentó relajarse un poco, buscando calmar no solo sus nervios, sino también tratando de encontrar algo a lo que agarrarse para no coger el primer vuelo de vuelta al día siguiente. El dolor que le atenazaba el pecho era demasiado intenso, y verlo al lado de aquel tipo sin perder los papeles requería de un esfuerzo desaforado, que no estaba seguro de hasta cuándo podría soportar. Al menos necesita algo a lo que aferrarse, una mínima esperanza que no era capaz de encontrar. La sensación de estar engañándose a sí mismo empezaba a ser la nota predominante en sus pensamientos y aquello lo mataba.

Miró al cielo y le pidió al Universo una señal que le indicara que no se estaba equivocando, por mínima que fuera. Y como si de una aparición se tratara, Ji-min salió casi a la carrera de entre los árboles y se detuvo en mitad del claro, mirándolo con lo que parecía un gesto de desconcierto. «Joder», pensó Jung-kook izando sus ojos al cielo una décima de segundo. Aquello parecía una señal de las grandes. Y la belleza de Ji-min a la luz de la luna le robaba el aliento, impidiéndole casi hablar.

Durante unos segundos se limitaron a mirarse en silencio.

—¿Tomando el aire? —le dijo Jung-kook, cuando se sintió recuperado de la impresión. Como no obtuvo respuesta insistió—. ¿Dónde te has dejado a tu prometido?

—Estás en mi sitio especial —dijo el rubio como respuesta, cruzándose de brazos a un par de metros de él—. Si Baek-hyun está escondido por aquí, lárguense, los dos, ya mismo.

Jung-kook lo miró, desconcertado. Ji-min continuó hablando, sin ser consciente de que la ira iba saliendo a la luz a cada palabra que pronunciaba.

—Personalmente me da lo mismo lo que hagas con tu vida, Jung-kook, pero si vas a tener la poca decencia de usar mi jardín para tus jueguecitos, será mejor que te largues no solo de aquí, sino de la mansión, bueno, de Seúl ya que estamos.

Jung-kook permaneció callado, sin apartar su mirada de aquel milagro, que era un regalo ya no solo para sus ojos, también para sus oídos. El monstruo de los celos brillaba en el aire con absoluta claridad.

—¿A qué has venido hasta aquí, Ji-min? —le preguntó, poniéndose en pie.

—Esta es mi casa y puedo ir donde quiera —dijo irritado, paseándose por la zona ahora con una expresión crítica, sin dejar de inspeccionar hasta el último recodo. Giró alrededor del banco de piedra y regresó frente a Jung-kook.

—¿Está todo a su gusto, futuro conde? —le preguntó, metiéndose las manos en los bolsillos como medida preventiva.

—¿Dónde está? —terminó preguntando casi entre dientes.

—¿Debería saber de qué me hablas?

—¡No te hagas el imbécil conmigo, Jung-kook! —terminó gritándole, avanzando hacia él—. ¿Dónde está Baek-hyun?

—Ni idea —le aseguró—. No le tengo puesto un GPS.

—¿Para qué? —dijo irritado—. Si no te has separado de él en toda la noche.

Luchando por tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora