Capítulo 30

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Cuando tanto Ji-min como Jung-kook volvieron a prestar su atención a la muñeca, ambos fueron conscientes de que estaban cogidos de la mano en un gesto de lo más natural.

Evitaron mirarse a los ojos por todos los medios, pero flaquearon el tiempo suficiente como para intercambiar una mirada de pura frustración. Jung-kook carraspeó ligeramente para recuperar la compostura, e hizo alguna comprobación más en la muñeca que ambos sabían del todo innecesaria.

—¿Qué te ha pasado aquí? —le preguntó el chico, acariciando con el pulgar la marca de una cicatriz reciente que Ji-min tenía en el dorso de la mano.

Para Ji-min aquella caricia fue como si él comenzara a desnudarlo muy despacio, y él apenas pudiera hacer otra cosa que aguardar sus besos.

—Parece una herida profunda —susurró Jung-kook, acariciándole de nuevo mientras esperaba una respuesta—. ¿Cómo te la hiciste?

Ji-min intentó tirar de su mano, pero Jung-kook no le permitió retirarla. La reticencia a darle una respuesta parecía causarle mayor curiosidad.

—No me acuerdo. —Sonó a mentira, justo lo que era. Y sin remedio, su traicionera memoria lo obligó a evocar cómo se había abierto aquella herida...

Se vio a sí mismo saliendo de la clínica la tarde que fue a contarle a Jung-kook que iba a casarse. Recordaba haber caminado como un auténtico zombie por la concurrida acera. La tan ensayada frialdad que le había mostrado iba dando paso a un infierno que no tardó en arrasarlo todo; apenas si logró llegar a su coche sin desmoronarse.

Con el dolor que había leído en los ojos de Jung-kook clavado en el alma, el suyo propio terminó estallando de forma ensordecedora dentro de su cabeza hasta hacerse insoportable. Una vez dentro del coche había dejado escapar un alarido desgarrador, que solo pudo amortiguar tapándose la boca con fuerza con el dorso de la mano, pero su corazón y su alma dolían tanto que ni siquiera fue consciente de la fuerza con la que se estaba mordiendo hasta que vio la sangre correr hacia los dedos...

—¿Y bien? —insistió Jung-kook.

—¿Por qué tienes que meterte en lo que no te importa? —terminó susurrando Ji-min, irritado—. Por lo que a ti respecta, acabas de conocerme, ¿no? —Jung-kook esbozó una fría sonrisa.

—Por tu gesto de horror al verme, pensé que era lo más conveniente — dijo él en el mismo tono ambiguo, encogiéndose de hombros.

—¡Yo no he puesto ningún gesto!

—Solo has estado a punto de caerte de culo —se burló.

—Pues igual que tú, ¿o crees que no te he visto la cara? —dijo molesto —. ¡Si parecía que habías visto un fantasma!

—Y lo eres, Ji-min —le aseguró, soltando su mano al fin—. Alguien que está muerto y enterrado para mí.

Para Ji-min aquello fue como retorcerle un cuchillo en las entrañas, pero se obligó a esconder sus sentimientos. Salir airoso de su última conversación en la clínica había sido todo un milagro, no recordaba haber hecho un esfuerzo más doloroso y devastador en toda su vida, y no debía estropearlo a aquellas alturas.

—Perfecto, pero nadie se va a creer eso si sigues mirándome así, Jung-kook. — «Ay, Ji-min, pero ¿qué estás diciendo?», se regañó a sí mismo, las palabras parecían brotar solas de su boca.

—¿Así cómo?

—Con... esos ojos ...

—¿Quieres que me los arranque? —Sonrió mordaz.

Luchando por tu amorWhere stories live. Discover now