—Pues menos mal que no lo eres, porque no podría soportar los berridos de la ducha durante horas.

Le fulmino por la mirada.

—Era una realidad paralela en la que yo cantara bien.

—Sí, ya suponía que no era esta realidad —dice riendo.

Esto ya se considera bullying. Frunzo el ceño.

—¿Y cómo diferencias la música buena de la mala, si tu cultura musical es la melodía de un anuncio de McDonald's?

—He escuchado la suficiente música para saber que los cánticos extraños que provienen del baño a las nueve de la mañana están más cerca de la definición de contaminación acústica que de algo remotamente melodioso.

—Pues en Boulder me llamaban «el rey del karaoke».

—La gente accede a decir todo tipo de cosas cuando les apuntas con una pistola y temen por su vida.

Tuerzo la boca. No es mi culpa que esté sordo.

—Lo único con lo que les apunto es con el micrófono para que me hagan los coros de Don't Stop Me Now.

—¿El micrófono dispara balas de nueve milímetros?

—Eres imposible. Retiro oficialmente la invitación a cualquier karaoke en el que podamos encontrarnos en un futuro.

Nada más decir eso, me doy cuenta de cómo puede interpretarse mi broma. De alguna forma, estos días hemos conseguido evitar que las referencias a un futuro aparezcan en nuestras conversaciones. Es el tema tabú por excelencia. No porque vayamos a huir de él o a echarnos a llorar, sino porque, si Carter está en la misma posición que yo, no tendría la menor idea de qué decir. He preferido no pensar en ello.

—Sobre eso... —empieza, tanteando el terreno.

—¿Sobre karaokes? —pregunto, aunque sé que es inútil evadir un tema que tenía que salir en algún momento.

—Sobre el futuro. Karaokes o no.

—Ah, ya. Lo suponía. —Ninguno de los dos dice otra palabra durante en los siguientes instantes, así que añado—: No tenemos que hablar de ello si no te apetece.

Claro, que la verdadera pregunta es si me apetece a mí.

—No quiero dejar de hablar contigo —responde, y traga saliva, como si pronunciar esa frase le hubiese supuesto un gran esfuerzo—. Pero respetaré tus deseos.

Siempre ha sido el valiente de los dos: acaba de reunir el coraje para decir lo que lleva días atascado en mi garganta. Saber que no quiere perder el contacto me alivia, porque no quiero romper el contacto con Carter; no obstante, las cosas no son tan simples, ¿verdad? Ya lo pensé el otro día con Josh.

Podemos hablar todo lo que queramos, y puede que hagamos videollamadas y nos vacilemos por chat como haríamos en persona, pero... ¿ese tipo de conexiones no están condenadas a debilitarse? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que nuestras vidas, por una razón u otra, nos hagan alejarnos inconscientemente? ¿Y qué clase de relación tendríamos? Si ni siquiera hemos definido esto que ha pasado este verano, ¿es posible redefinir algo que no tiene nombre? ¿Sabrá Carter que no estoy dispuesto a tener nada serio a distancia?

—Yo tampoco. —Es todo lo que me sale de momento. La cantante sube al escenario y el público estalla en un aplauso atronador—. Pero mejor lo hablamos luego.

Carter asiente y da unos pasos atrás para recostarse sobre un muro. La primera canción comienza a sonar; la artista se pone un abrigo de piel —que, aun siendo para la performance, me parece una absoluta barbaridad dada la temperatura de junio— y empieza a entonar una canción que no conozco.

Más tarde, a la tercera canción, comprendo que no hará versiones de canciones populares como la cantante de ayer, sino que todas son de su cosecha. Tiene un estilo interesante, un R&B contemporáneo con algunas estrofas más cercanas al rap, y confirma mis teorías cuando dice que podemos descargar su nuevo álbum en todas las plataformas digitales.

—Me encanta —dice Carter cuando llevamos una hora.

—No me puedo creer que te haya curado —me jacto, burlón, y rodeo su cuello con un brazo, orgulloso.

Él apoya la cabeza en mi hombro y nos quedamos así durante lo que queda del concierto. Siento que el tiempo se congela. La música sigue, la gente vitorea, las luciérnagas bailan entre la multitud, pero nosotros permanecemos inmóviles, como si no hubiese nada más que nosotros. Irnos a un lateral del parque ha sido una decisión maravillosa.

El sorprendente repertorio de la artista incluye otras diez canciones, así que aún no ha acabado cuando termina de anochecer. Cuando se despide del público —jurando que hemos sido el mejor que ha tenido jamás—, la única iluminación que hay proviene de los puestos móviles de comida y de las luces brillantes que hay repartidas por el escenario.

—¿Quieres llevar tú la camioneta? —me pregunta.

Me entra un subidón de repente.

—¿Estás de broma? No se juega con eso.

—Si tienes el carnet, claro. Que no quiero multas.

—¡Por supuesto que lo llevo! Nunca pierdo la esperanza.

—Pero sólo hoy, ¿eh? Y, como tengamos un accidente y el coche se raye lo más mínimo, mi cadáver revivirá lo justo y necesario para sacarte del asiento del conductor, montarme en él y pasarte por encima quince veces como venganza.

Frunzo los labios.

—Ahora no sé si quiero conducir.

Es mentira; no hay nada que me apetezca más, aunque la razón prominente sea para demostrarle a Carter que soy increíble conduciendo. Por eso, cuando hago un circuito impecable —que haría llorar de felicidad a cualquier profesor de autoescuela—, asiente impresionado.

—Nada mal.

Me he ganado pronunciar mis palabras favoritas:

—Te lo dije.

¡Hola a todos!

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

¡Hola a todos!

Perdón por actualizar a estas horas, jajaja, son como las tres de la mañana...

¿Qué tal el capítulo?

¡Nos vemos pronto!

¡Nos vemos pronto!

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Off-shore | ©Where stories live. Discover now