17.

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Carter

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Carter.

Guardo el neopreno y mis cosas de la playa en el maletero antes de arrancar la camioneta. He querido dejar un tiempo prudencial para no interrumpir la siesta de Jay por segundo día consecutivo, pero creo que ya es un buen momento para ir a visitar a la tortuga. Tampoco quiero llegar de noche.

Pongo la radio a todo volumen, feliz, y...

Mierda.

Mi buen humor por estar a punto de ver a la criatura que hemos salvado se da de bruces con un atasco increíble en la vía de servicio. Uno estilo La La Land, sólo que sin gente subiéndose a los coches para improvisar un número musical.

Me niego a cantar Another Day of Sun, así que me mentalizo para que no me cabree más de la cuenta —a pesar de que nunca haya llevado bien lo de estar parado en una marea de vehículos— y me limito a esperar a que se vaya disolviendo el tapón. Por suerte, no tarda demasiado en hacerlo.

Hoy, la puerta principal del Centro Seaview está abierta, así que infiero que he llegado en horario de atención al público. Aun así, no parece haber nadie dentro, por lo menos en la recepción y en la sala de espera. Entro con las gafas de sol en la mano y busco el pasillo que recorrí el otro día con Jay y Kelsi hasta ubicar al primero.

—Hola —digo, invadido de pronto por una timidez extraña. Quizá debería haber esperado en la entrada.

El bochorno desaparece pronto; en cuanto Jay me mira desde el fondo de la sala, sonríe y hace un gesto con la mano para animarme a que me acerque a él.

Lleva una bata blanca con salpicaduras grises y una cantidad preocupante de manchas de sangre. «¿Seaview o el ático del doctor Frankenstein? Es para reflexionar».

—¡Carter! Qué bien que hayas venido —me saluda.

—Gracias por invitarme.

—Ven, Bruce está con Kelsi en la sala de observación.

Antes de que pueda responder, se da la vuelta y echa a andar hacia la habitación contigua. Le sigo unos metros por detrás, hasta que la curiosidad puede conmigo y suelto:

—¿Habéis llamado Bruce a la tortuga?

Una voz femenina se encarga de responder por él.

Bryce, en realidad. —Distingo la figura de Kelsi nada más entrar en la sala. Lleva una camiseta de talla XL que, convenientemente, dice en letras enormes «salvemos a las tortugas»—. Se llama Bryce. Hola, Carter.

La saludo y me coloco a su lado. La tortuga —Bryce, al parecer— está nadando en un acuario de agua marina del tamaño de una cuna. Tiene las aletas desplegadas, y el patrón de las escamas oscila bajo la luz LED azul. Nadie diría que ayer tenía un gancho atravesándole la garganta.

—¿No es un poco masoquista nombrar a una tortuga horas antes de que se la lleven a un sitio nuevo? —pregunto.

Kelsi se encoge de hombros.

Off-shore | ©Where stories live. Discover now