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Carter

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Carter.

Siempre pensé que, si me quedaba sordo, sería por ponerme el volumen muy alto al escuchar notas de voz con los cascos. De lo que el iPhone no me avisó, en cambio, es que las posibilidades de perder la audición se multiplican cuando tienes a una amiga tuya gritando a milímetros de tu tímpano.

—Aiden, ¡te quiero! —chilla Kelsi agarrándome el teléfono—. Si el cobarde de Carter no te lo dice, ya lo hago yo.

Mis mejillas enrojecen por mucho que sea una broma, y le lanzo una mirada de advertencia. Ella pone cara de circunstancias. Anticipando que esta conversación ahora la vamos a mantener los tres, activo el modo altavoz.

—De nada, ha sido un placer —contesta Aiden—. ¿Has tenido suerte con tus contactos? Por lo que Carter me ha contado, tengo entendido que os los repartisteis ayer o algo así.

—Sí, y he tenido menos suerte que tú. No es que me haya ido mal, pero un matrimonio que tenía una clínica en Coronado me ha dicho que reorientaron su negocio a otro sector y que les va bien con lo que hacen ahora. Ocho personas me han dicho que están dispuestas a reunirse con nosotros para ver qué les ofrecemos y tres aún no me han respondido.

—A mí eso me suena a éxito —dice Aiden.

—Sí —suspira Kelsi—. Tan sólo... espero de todo corazón que a Jay le apetezca intentarlo. Necesito que el pronóstico suene lo suficientemente optimista para que vea que de veras hay una oportunidad de no perder el local.

Asiento. La veo algo indecisa.

—¿Se lo vamos a decir hoy?

—Quizá mañana. Quiero esperar, a ver si llega alguno de los correos que aún no tienen contestación.

—Bien, pues os deseo lo mejor —interviene Aiden—. Si necesitáis cualquier cosa más, tenéis aquí al mejor secretario que esta ciudad ha visto a vuestro servicio.

Kelsi se encarga de darle las gracias por millonésima vez y cuelga segundos antes de que Jay entre en la sala a curiosear. Tengo la sensación de que sospecha algo, porque últimamente aparece en los momentos más inesperados, como si quisiera pillarnos in fraganti en medio de una conspiración. Por otro lado, descubrirnos salvando su negocio debe de ser la mejor forma de detectar a alguien tramando un plan a sus espaldas, así que supongo que no sería el fin del mundo.

—¿A qué hora planeas que se lo digamos? Conociéndote, tendrás un PowerPoint de cincuenta diapositivas.

Tarda unos segundos en responder, así que asumo que he acertado de lleno: en su ordenador ya debe de haber una presentación a medio hacer con todo tipo de gráficos.

—Por la mañana. No veo el punto en esperar todo el día para decírselo y quiero que estemos frescos, no que él esté cansado después de trabajar. Le necesito receptivo.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora