27.

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Carter

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Carter.

Para alguien que tiene que mirar su documento de identidad cada vez que quiere recordar cómo era su firma, me ha salido bastante perfecta al dibujarla en el contrato.

—Bienvenido a la empresa, chavalín —me felicita Jay.

No sé cómo me hace sentir que alguien que no aparenta más de treinta años se refiera a mí como chavalín. Quizá se deba a que aún no asimilo que Jay es el tío de Kelsi. Prefiero centrarme en lo importante: he firmado. Estoy contratado.

—Espero estar a la altura. —Es todo lo que logro decir.

La inseguridad me invade, pero Jay me contagia su serenidad sólo con mirarme. Es extraordinario, no sé cómo lo hace. Parece que ha nacido para calmar los nervios de la gente. Si supieran de su existencia, apuesto a que los hospitales y los equipos de rescate se matarían por incluirle en sus plantillas.

—Lo que espero es que haya más actividad estos días —responde él—. Antes de que llegarais con la tortuga, llevábamos semanas sin que hubiera ningún animal aquí dentro. Poca soltura vas a poder ganar si no aparecen más, Carter.

—Mañana vienen esos peces que me dijiste, ¿no? —interviene Kelsi—. Los dueños llamaron ayer para confirmar que se pasarán sobre las doce. Algo es algo.

El pesimismo de Jay se disipa al escucharlo.

—Cierto, no me acordaba. Bien, entonces, parece que sí tendremos a los peces para mantenernos ocupados.

Es la segunda vez que alude a ellos como «los peces», así que espero que de veras sean unos peces cebra domésticos y no unas mantarrayas de las que miden tres metros.

—¿Y hoy? —pregunto.

—¿Hm? —murmura Jay, distraído.

—Que qué podemos hacer hoy.

—Hoy toca limpieza —me explica Kelsi—. O sea, tenemos que conservar los acuarios y las salas resplandecientes en todo momento, pero el viernes es el día para barrer, comprobar el agua y los animales uno por uno, tirar el material que ya no valga... así está todo listo para el fin de semana.

En efecto, eso es lo que hacemos durante las siguientes dos horas. Kelsi insiste en que, a pesar de que confía en mis habilidades para limpiar suelos y meter un termómetro en los acuarios para medir el pH, prefiere que trabajemos a la vez para ayudarme a entrar en la rutina de la clínica. Me pasa una fregona y un cubo y se coge otro para ella.

—¿Ves esa línea? —dice, y apunta a una raya en el patrón del suelo—. Todo lo que esté de aquí hacia allá es para mí, y lo demás es tuyo. Vamos a ser eficientes, que luego Jay se pone gruñón si pido un descanso sin haber fregado todo.

Ha conectado su teléfono a un altavoz inteligente, y hablamos por encima de la música a todo volumen. Jay se ha metido en su despacho para realizar unas llamadas. No concibo cómo puede hacer nada con este nivel de ruido.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora