68.

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Aiden

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Aiden.

Podría acostumbrarme a dormir en la playa. La arena es más cómoda de lo que esperaba y, después de escuchar el mar de fondo, cualquier aplicación de esas que emulan los ruidos de las olas se me va a quedar corta.

Ya si me añaden a Carter en la oferta, la decisión se toma sola... porque la forma en la que me está mirando ahora mismo no puede ser legal.

—¿Te gusta lo que ves? —digo, casi en un ronroneo.

Carter sonríe y eleva el mentón para que le llegue viento. Está sentado frente al mar, pero tiene sus ojos fijos en mí.

—¿Me dices a mí? Sólo estoy admirando las vistas.

—¿Hablas del agua?

—Claro, ¿qué otras vistas hay?

Estiro el brazo, para desperezarme primero y lanzar después un puñado de arena que le alcanza en el torso.

—Te vas a arrepentir de haber hecho eso —me amenaza mientras se sacude la arena pegada a su cuerpo—. ¿Acaso no ves que tengo ventaja sobre ti desde esta posición?

—Es que has dicho la respuesta equivocada.

—¿Y cuál era la respuesta correcta?

—Aiden, cielo, eres la única vista que mewef... —Mi frase se ve interrumpida a la mitad cuando Carter empuja la arena con sus pies y me lanza una avalancha de ella directamente a la cara, la mitad de la cual acaba entrando en mi boca.

Con la cantidad de arena que hay ahora mismo en mi lengua, no me molesto en buscar una réplica genial. Prefiero actuar como un niño de cinco años y asegurarme de que, si media playa está en mi boca, la otra mitad esté en la de Carter.

—Oye, oye, que se me ha ido el pie. No vayas a...

Ignoro sus palabras.

Me levanto a una velocidad que haría temblar a una persona anémica y me tiro encima de él antes de que pueda reaccionar. Viendo mis intenciones, aprieta los labios con todas sus fuerzas y empieza a rodar por la arena, tratando de escapar. Sin embargo, me aferro a él, dispuesto a morir luchando si es necesario y, como no voy a conseguir que trague ni un solo grano de arena, opto por la segunda mejor opción: hacer que entre en su ropa interior. Tiro de la hebilla elástica de sus calzoncillos y arrastro con la precisión de una excavadora toda la arena que puedo al interior de la prenda.

—No... —dice en cuanto se percata de lo que he hecho.

Hago un gesto para indicar que le respondería si no me arriesgara a tragarme veinte kilos de arena y formar un desierto del Sáhara dentro de mi estómago. Hecho el ademán dramático, escupo como puedo todo lo que hay en mi boca y toso para despegar lo que tenga atascado en la garganta.

—Te noto un poco hinchado —contesto con guasa—, ¿seguro que te sentó bien el perrito de ayer? Parece que tus pantalones van a reventar de un momento a otro.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora