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Esta historia es cruda. Muestra una realidad cruel y áspera.
No esperes un cuento en donde dos chicos se enamoran y viven felices, no siempre acaba todo en color de rosas.
Kaeya tiene un secreto...
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¡Sin nada más que decir, disfruten!
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Dentro del inmenso palacio, para ser exactos, en el gran salón en donde estaba el trono que el moreno tanto adoraba usar para poder presumir sus privilegios, se encontraba un moreno totalmente sumiso ante su sirviente.
Lamentablemente, para nuestro futuro rey, todo tiene un precio, y que mejor forma de pagarlo que usando su cuerpo, a fin de cuentas, no tiene nada de malo, cada quien tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que se le apetezca. Muchos lo hacían por placer, él lo hacía por puro aburrimiento.
—¡Ah, Dain, carajo!
Se podía escuchar, de forma brusca, las pieles de ambos amantes chocando frenéticamente entre sí, como si se trataran de bestias sexuales, el rubio no tenía intenciones de parar sus movimientos bruscos y precisos pero, Kaeya estaba llegando a su límite, hace mucho tiempo que no sentía aquella brusquedad tan característica de su leal sirviente.
Empezaba a ver borroso, sus ojos estaban en blanco y su boca abierta, al igual que su parte anal, que estaba siendo abusada por el de mayor altura. Los glúteos del moreno rebotaban con cada estocada que daba el rubio, hasta parecía gelatina, Dainsleif golpeaba aquella inmensa carne que traía su señor, dejando incrustada en su piel marcas rojizas, un color bastante intenso y con un fuerte ardor.
La pose era sencilla, el moreno estaba en cuatro, apoyando sus brazos y parte del pecho sobre el trono, mientras que, por otra parte, Dainsleif estaba detrás suyo, de rodillas entre las dos piernas morenas que tenía bajo su poder, sosteniendo con fuerza los glúteos del hombre debajo suyo y haciendo un brusco movimiento de cadera, complaciendo a su príncipe en todos los aspectos posibles.
—Aguante, solo un poco más. —Sus mejillas estaban juntas y el rubio no paraba de jadear, provocando que el oído del moreno se llenara de aquellos sonidos que lograban excitarlo aún más.
—No puedo, es demasiado.
—Su cuerpo es tan rico, quiero llenarlo por completo, mi príncipe. —Se aferró a la cintura del peli-azul, clavando sus uñas en esta y acelerando sus movimientos.