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Esta historia es cruda. Muestra una realidad cruel y áspera.
No esperes un cuento en donde dos chicos se enamoran y viven felices, no siempre acaba todo en color de rosas.
Kaeya tiene un secreto...
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Todo era confuso para el joven con sangre de Khaenri'ah. Es decir, él quería hacer esto, debía hacerlo. Debía vengar a los suyos, cobrar su venganza y volver a levantar su reino.
Todo estaba listo, las tropas, los Heraldos, todo. Una vez que la guerra haya terminado y el pueblo con su rey se hayan levantado, los antiguos citadinos convertidos en monstruos volverán a ser humanos. La maldición se terminará si logran acabar con Celestia.
El plan era simple. Ganar la guerra.
—Mi príncipe. —El rubio entró por la puerta de la habitación del moreno, no sin antes tocar un par de veces—. Perdóneme por haberlo interrumpido.
Kaeya estaba de espaldas, viéndose en un espejo mientras el reflejo dejaba ver a su sirviente asomándose por la puerta.
—Dain, a la próxima espera escuchar un "adelante". —Terminó de ajustar cuidadosamente sus guantes y estiró la punta de cada dedo, sintiendo ese material elástico del cual estaban hechos—. Podría estar desnudo.
—Nada que no haya visto antes, príncipe —comentó juguetón mientras se acercaba lentamente, tomándolo de la cintura desde atrás—. ¿Todavía sigue molesto conmigo?
—Sí. —El moreno trató de apartarlo de su lado, empujándolo con fuerza desde atrás con el codo sin siquiera cambiar su postura—. Ni siquiera me toques, rubiecito.
—Kaeya, discúlpame, por favor.
—Dainsleif, suficiente. —El rubio quiso intentar acercarse de nuevo, cosa que fue en vano, el peli-azul se dio media vuelta y lo evitó, pasándole de largo mientras tomaba en el camino una capa que estaba sobre un mueble de la habitación—. Me retiro, avísame cuando estés listo. —La ató a su cuello y se retiró de su habitación mientras la capa flameaba a cada paso firme que cada.
—Entendido, mi príncipe. —Una pequeña sonrisa se hizo presente en los finos labios del enmascarado—. No. Mejor dicho. —Se aclaró la garganta antes de hablar—. Entendido, futuro Rey.
El moreno sonrió, sintiendo en su interior un sabor «agridulce» mientras la frase "futuro rey" retumbaba incansablemente en su mente. La idea de una corona y un reino no es algo que antes le interesara particularmente, más allá de lo que quería su padre, pero ahora, a pesar de su reticencia, no puede sacar el concepto de su cabeza. Incluso le resultaba atrayente; la idea de un poder que en el fondo siempre anheló. La idea de finalmente cumplir con ese capricho que otro hombre le puso en la cabeza.
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