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Esta historia es cruda. Muestra una realidad cruel y áspera.
No esperes un cuento en donde dos chicos se enamoran y viven felices, no siempre acaba todo en color de rosas.
Kaeya tiene un secreto...
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¿No lo recuerdas?
Sintió un fuerte dolor de cabeza, una punzada rápida pero a la vez dolorosa que logró despertarlo y tirar las mantas que lo arropaban al suelo. Se movió un poco, al estar sin las tibias mantas, su cuerpo sintió una brisa fresca y su piel se erizó, temblando un poco, levantó sus brazos y tapó su rostro con sus manos, dando un gran y profundo bostezo.
Estiró su cuerpo, haciéndolo tronar y abrió un poco los ojos, no sabía exactamente cuánto tiempo había dormido, pero se sentía como nuevo, pareciera que había dormido una semana completa, de todas formas, no tenía mucho tiempo.
Se sentó en la cama, había olvidado rotundamente que ahora mismo estaba en la habitación de su medio hermano. Al sentir el frío del piso contra sus pies, su cuerpo tembló inconscientemente, puso sus codos en sus rodillas y talló sus ojos con la yema de sus dedos. Una vez ya tuviera la vista despejada, se levantó, arregló un poco la cama de Diluc y tomó sus ropas para poder cambiarse, quitándose algunas vendas en el proceso, las únicas que se dejó fueron la de los brazos, mejillas y la de su abdomen, donde estaba también la herida de navaja que le había proporcionado el desquiciado del Fatui.
Al tener su ropa habitual lista, recogió el parche que estaba en un estante junto con un par de libros que el contrario leía antes de dormir, se lo puso, se lo ató y se vio en un pequeño espejo que estaba al lado de ese mismo estante. Ató su cabello con una liga que estaba en el escritorio y trató de acomodar algunos mechones, usando únicamente sus manos. Se tomó un poco más de tiempo por culpa de su flequillo, pero pudo terminar de cambiarse por completo, volviendo a ser el Kaeya de siempre.
Dio un rápido vistazo a la comida que anteriormente el pelirrojo le había llevado, en la bandeja estaba algo de fruta: uvas, manzanas, un jugo de naranja y varias tostadas con mermelada encima. Como decoración, claro está, un par de bellas flores, lirios cala, las flores favoritas del peli-azul.
Al moreno le pareció un gesto sumamente tierno viniendo de alguien tan frío como lo era el pelirrojo de tez blanca. No pudo resistirse y soltó una leve risita, acompañada de un sonrojo que adornó sus golpeadas mejillas. No se resistió a la tentación y, tampoco podía negar tal adorable gesto por parte del temperamental.
Al recoger los abrigos del azabache y del mismo chico de pelo rojo, los colocó nuevamente sobre la cama y se aproximó hacia la mesita de luz, tomó la bandeja con sus manos y, con sumo cuidado, fue hacia la sala principal, no había nadie, la casa estaba en total silencio, algo que lo inquietaba muchísimo, normalmente, estaba acostumbrado a la voz demandante de Jean, las bombas y risas de la pequeña Klee, los cantos de práctica de bárbara, los bostezos de Lisa por toda la biblioteca, los caballeros quejándose del trabajo, etc. Tanto silencio lo ponía nervioso, no lo malentiendan, Kaeya disfrutaba mucho el estar solo, lo hacía reflexionar de muchas cosas, pero a su vez, lo ponía sumamente nervioso el estar rodeado de completa soledad, de oscuridad.