—¿No podemos adelantarlos a ahora?

—No —niego, y meto una fresa en su boca—, a no ser que quieras que nos detengan por escándalo público.

Carter mastica antes de reírse.

—¿Soy tan irresistible que no puedes darme un beso sin arrancarme la ropa acto seguido?

—No preguntes cosas de las que ya sabes la respuesta.

Sube una mano por mi rodilla, tentándome.

—Vaya, parece que Sin Experiencia se está soltando.

—Tú lo dijiste, aprendo rápido.

—Tienes las hormonas revolucionadas.

Detengo su mano cuando considero que ya ha subido demasiado. «Demasiado por ahora», matiza mi mente.

—¿Y de quién es la culpa? —pregunto.

—Tuya por traerme a sitios bonitos. Aunque sea gracias a un blog de hace diez años. No hay nada más excitante que un compañero de cuarto que te lleva a ver el atardecer.

En efecto, tendré que dejar una reseña favorable en la página web que recomendaba visitar el Kate Sessions Park. Es sorprendente que la pendiente cubierta de césped no esté repleta de gente. Por norma general, si existe un lugar desde el cual se puede ver cómo el sol se esconde entre los edificios y encima hay niños volando sus cometas, cabe esperar que esté llenísimo. Pero no es el caso del parque: el lugar parece ser desconocido para los que no residen en la zona.

Nos pasamos la cena hablando. Aprendo más sobre el pasado de Carter, de cómo fue su infancia, los sitios donde ha estudiado. Siempre me ha parecido genial conocer a personas en la universidad, porque hay muchos años de vida por contar. Me habla de Mia, su mejor amiga; de su madre, quien tiene una vida amorosa a su edad a la que yo sólo puedo aspirar... Me encanta conocerle mejor, pero sobre todo me encanta oírle hablar. Podría pasarme horas sentado aquí, sobre el césped, escuchando su voz y comiendo sándwiches.

La mayoría de quienes estaban haciendo picnics en la colina con nosotros se marchan en cuanto comienza a oscurecer, pero se pierden lo mejor: el cielo luminoso y amarillo que persiste incluso cuando el sol ya se ha escondido detrás de los rascacielos. Empieza a correr el aire.

—Son las nueve —dice Carter.

Le veo mirar el reloj en su muñeca.

—¿Estás presumiendo de saber interpretar las manecillas del reloj? Porque yo con seis años ya sabía cómo m...

Pone los ojos en blanco.

—De verdad, eres la cumbre del humor —dice arrugando la nariz—. Me has dicho en la habitación que habías reservado algo a las ocho. Sólo quería recordártelo.

—¡Ah, ya! No, tranquilo, es a las nueve y media.

—Pero dijiste...

—Ya sé lo que he dicho. Pero tiendo a juntarme con gente que siempre se retrasa cuando hay un sitio adonde ir y tú querías cambiarte antes de ponernos en marcha, así que preferí añadir un poco de margen para que nos diera tiempo.

—¿Un poco de margen es una hora y media?

—De donde yo vengo sí.

—Recuérdame que nunca me junte con tu círculo.

«Tranquilo, que con ellos no me junto ni yo», pienso. Es francamente triste que vea mil veces más a Carter, que está trabajando en una clínica a tiempo completo, que a mis amigos en un mes normal cuando estoy en Boulder. Cada vez que le doy vueltas, tengo menos ganas de volver a casa.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora