Tengo suerte de que entro en el cuarto antes que Aiden, porque mi cabeza empieza a darle vueltas a lo que ha dicho.

Reservar algo es sospechosamente parecido a tener una cita, y pensé que había dejado claro anoche que no podemos tener citas porque me arriesgo a sentir cosas que no debo. Pero no voy a cagarla. No pienso arruinar lo que haya planeado, y menos por debates internos absurdos, así que me centro en lo importante: lo vamos a pasar bien. La prioridad es disfrutar del presente, no rayarme por un futuro incierto.

—Puedes ir así —dice Aiden levantando la vista del móvil cuando no llevo nada de ropa. Me cubro rápidamente con el pantalón que me voy a poner y se ríe—. Oh, vamos, Carter, ayer no tenías tanto pudor. Ya he visto qué escondes ahí y no es nada de lo que avergonzarse.

Morirme ahora mismo es una gran opción.

—Puedes esperarme fuera.

—¿Y perderme este show? Fíjate que nunca vi la gracia a los estriptis, pero si todos son así...

—Una palabra más y te vas solo adonde hayas reservado.

Se lleva su pulgar e índice derechos a la boca y finge cerrar una cremallera imaginaria con un gesto.

He decidido no deliberar más qué ropa elegir para ahora. Parece que, me ponga lo que me ponga, voy a estar en desventaja al lado de Aiden, así que cojo una camisa blanca de la percha, unos pantalones cortos verdes y unos zapatos que no son de vestir pero que al menos no son chanclas.

—Estás guapísimo —dice Aiden.

—No sé yo.

—Pues yo sí lo sé, hazme caso.

Espera a que llegue a la salida de la habitación y, cuando estamos bajo el marco de la puerta, me rodea el cuello con los brazos y me da un beso casto.

Ah.

O sea que nos damos... besos.

No sé cómo me hace sentir esto. Es decir, claramente me hace sentir bien, pero espero que no complique las cosas a la larga. Había asumido que habría besos en contextos muy específicos —concretamente, en aquellos donde estábamos haciendo cosas mucho más íntimas que besarnos—, pero no esperaba que los hubiese en nuestro día a día.

«Hemos quedado en vivir el presente», me recuerdo, y sonrío en cuanto nuestros labios se separan.

—Bien, ¿tenemos que coger la camioneta? —pregunto.

—Sí, pero puedo conducir yo.

Hago una mueca de «ni de coña».

—Sigue intentándolo. Algún día quizá ceda.

—¿De verdad?

—No —digo tajante, y me río—. Te toca ser GPS.

—Siempre me toca lo mismo.

—Eso decía mi ex. Por eso me dejó, porque soy así de monótono. —Veo su expresión y me río rápidamente—. Perdón, mecanismo de defensa post-ruptura.

Creo que una parte de mí tiene miedo de que Aiden se canse de mí. Soy consciente de que no soy una persona particularmente emocionante —no propongo actividades como paracaidismo o escalada profesional—, así que lo que ve es todo lo que tengo por ofrecer. Supongo que quiero asegurarme de que, si se aburre, es libre de decírmelo.

Aunque espero de todo corazón que no lo haga.

—Tú sigue mis indicaciones.

Al llegar al coche, percibo por el rabillo del ojo que Aiden mete algo en el maletero, aunque no distingo qué es.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora