CAPITULO CINCO

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La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.

Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidad.

Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más espaciosas.

Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica.

De un momento a otro, Harry se levantó, y lanzó al aire una bengala. La bengala aterrizó dentro del caldero de Goyle.

La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Draco le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido.

-¡Silencio! ¡SILENCIO! -gritaba Snape-. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...

Emily no pudo contener la risa cuando vio a Draco apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se amontonaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios

Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.

-Si averiguo quién ha arrojado esto -susurró Snape-, me aseguraré de que lo expulsen.

Una semana más tarde, mientras Emily cruzaba el vestíbulo, un puñado de gente que se juntaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar.

-¡Van a abrir un club de duelo! -dijo Seamus-. ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días...

-¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? - preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.

-Podría ser útil -le dijo Ron a Harry y Hermione cuando se dirigían a la salida-. ¿Vamos?

Mientras el trio se iba Emily pudo ver a Ginny con el diario de Tom en la mano, cuando se acercó, ella se fue corriendo.

Aquella noche, a las ocho, la mayoría se dirigió deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas del comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.

-Me pregunto quién nos enseñará -dijo Hermione -. Alguien me ha dicho que Flitwick fue campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.

𝔾ℝ𝕀ℕ𝔻𝔼𝕃𝕎𝔸𝕃𝔻: 𝕊𝕌 𝕃𝔼𝔾𝔸𝔻𝕆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora