Capítulo 33. Aquelarre.

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El grupo de la bruja roja fue recibido por su mejor amiga, la segundo al mando, bruja blanca que hacía honor a su naturaleza, tez blanca, ojos grandes y cristalinos, cabellera sedosa de un rubio platinado casi blanco, de complexión delicada y mejillas un poco regordetas que le daban una particular inocencia.

Era una belleza, y sumado a su trato gentil, fácilmente podría ser confundida con la representación de la diosa Selene.

El asombro del joven Alfa por este hecho no pasó desapercibido, Dalia fue la primera en notarlo y a pesar de querer separar sus manos del brazo de su mate no lo hizo, solo desvío la mirada al suelo.

La barrera había afectado mayormente a las dos lobas. Eunice no estaba del todo consciente, el Alfa la cargaba en su espalda y ofreció el espacio que quedaba libre de su brazo derecho para su mate, ella podía caminar y estar estable gracias a él. Debido a que la tierra que estaban pisando no era de licántropos no podían usar su forma bestial por respeto.

Dalia se encontraba débil y en una encrucijada, lo que había vivido 36 horas atrás no hacían nada excepto atormentarla.

Se sentía segura a lado del Alfa y ese era el problema, su loba le recriminaba el distanciamiento que había aumentado con él. Había experimentado su perdida y fue horrieble ¿Por qué seguir con eso?.

Para la portadora no era tan sencillo. Seria hipócrita de su parte acercarse solo porque no quería que "todo eso" se hiciera realidad. No quería que su relación fue a base de miedo e inseguridades.

Miraba por escasos segundos a su mate, cada palabra y gesto amable hacían que algo dentro de ella se removiera.

Y la mirada de sorpresa ante la bella amiga de Shirley la ponía peor.

Caminaron hasta una pequeña cabaña, rodeada de denso bosque. La noche no tardaría en caer y debían descansar.

Se les informo a los 2 lobos que debían estar listos a las 9 de la mañana.

Damián dejo el cuerpo de Eunice en el cuarto cercano al baño y tomo la mano de Dalia para bajar de nuevo a la planta donde estaba la cocina.

Él estaba consiente de que su mate no había tomado muy bien lo de la barrera. A duras penas había dicho tres palabras juntas. Tenia el optimismo de un joven de preparatoria, tenía la idea de prepararle una deliciosa cena a su amada con un chocolate caliente, como se lo solía preparar su mamá cada vez que se sentía triste por x, y, razón cuando era niño, tal vez eso la animaría un poco.

La sentó con delicadeza en una silla cercana a la barra y comenzó a sacar los ingredientes.

Mientras él preparaba todo con suma dedicación, tratando que las porciones fueran perfectas, Dalia mantenía su cabeza gacha. Cada vez más dudaba de sus capacidades.

¿Sería buena luna?

¿Sería buena para él?

¿De verdad había sido tan egoísta todo ese tiempo?

Dio un brinco cuando Damián le dio una suave caricia a su frente que siguió hasta su mejilla y barbilla, libero un poco más de sus feromonas y Seema empezó a ronronear.

El sentimiento de tenerlo junto a ella no lo superaría nada.

— Anda pruébalo, lo hice especialmente para mi bella mate.

Nunca fue llorona... entonces ¿porque desde que hace dos días las lágrimas no dejaban de querer escapar?

La respiración agitada de Dalia le afirmo que su esfuerzo no había funcionado.

Damián no se había alejado de ella más de 2 metros desde que la vio arrodillada en el bosque, sintió mucha desesperación al perderla de vista en la neblina y dolor cuando creyó que no podría pasar su vida con el amor de su vida, aunque la realidad supero esa ilusión, al verla tan indefensa y llorando tan desgarradoramente no pudo ser fuerte, él también había demarrado lágrimas cuando las escucho a ambas. Por primera vez está perdiendo los estribos, quería romper cosas y gritarles a las brujas que habían creado la barrera, maldecir a todo aquel que tuvo algo que ver con eso. No sabía por lo que ellas habían pasado y eso solo estaba afectándolo más. «No saber que era lo que la tenía tan decaída.»

Un  rechazo más para una omega cualquiera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora