Capítulo 39

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Observaba a Clavel leer un libro sentada a mi lado y me preguntaba si podría iniciar una relación con ella. Sinceramente la había perdonado y entendido. Hasta yo mismo me hubiera vengado en su lugar.

Eso no importaba ahora.

Me acerqué un poco y seguí observándola con atención. En ocasiones movía sus labios sin formar sonido alguno cuando leía, otras hacía gestos de asombro o confusión e inclusive de enojo.

—¿Podrías tener discreción? —cuestionó ella observándome de reojo.

Me encogí de hombros sin decir nada y seguí en lo mio, observarla. Era interesante aprender sus gestos.

—Samuel, se supone que un amigo no miré tanto a una amiga.

—Excepto cuando los amigos se gustan mutuamente —declaré.

Clavel giró al instante su rostro en mi dirección con expresión asombrada. En ese instante o nunca.

—¿Tú quisieras...? —cuestioné y me interrumpió el oír el sonido de la risa de mi hermana.

Desvíe mi vista a donde estaba Argelia sentada al lado de Agustín y entrecerre mis ojos al verles reírse juntos. Mi madre les había dejado ser novios. Estarían bien. Estarían bien. Estarían...

—Ahora vengo —avisé poniéndome de pie.

Clavel aguantó mi mano tomándome por sorpresa y me hizó un gesto con el dedo señalando el piso en una señal de que me sentará. Resople y volví a sentarme.

—Deja de ser un hermano sobreprotector —pidió ella y soltó mi mano—. No quiero que andes molestando a la pobre pareja cuando me vaya del país.

—¿De verás te tienes que ir? —interrogue.

Ella asintió y volvió la vista a su libro.

—No tengo donde quedarme aquí. También me da miedo una vida en un lugar que apenas conozco, y en España está mi madre. Quiero pasar tiempo con ella.

—¿Te quedarías si te consigo un lugar en el que quedarte? ¿Lo harías si te ayudo a adaptarte y no tener miedo? —pregunté y cogiendo un mechón de su cabello—. Yo no quiero que te vayas de mi vida, al menos no así. Si una relación entre nosotros no resulta me retiro. Por favor quédate.

—No me propongas esto —pidió Clavel entre triste y molesta.

—¿El qué? —inquirí.

Ni siquiera le dejé responder. Antes de que se me fuera la valentía le di un beso, no en la mejilla, no en la frente, ni en la nariz.

Ella termino devolviéndome el beso y yo, por fin, sentí nuevamente que era ser correspondido. ¿Anotaba puntos? ¿Ganaba? Ni idea.

—No me ha dado asco —dijo ella al romper el conctato. Iba a decirle lo cruel que era, pero puso su mano sobre mi boca y siguió—. No te ofendas, eso fue un halago. Ya te había dicho que me daba asquito imaginarme saliendo con ex de personas conocidas. Felicidades, me has besado y has salido ileso. Eso es buena señal Sam.

—¿Pensarás lo que te dije? —indagué y ella asintió volviendo la vista a su libro.

Con eso me conformaba por ahora. En caso de que no aceptará estaba planeando irme con ella.

Tírame mi balónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora