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Esta historia es cruda. Muestra una realidad cruel y áspera.
No esperes un cuento en donde dos chicos se enamoran y viven felices, no siempre acaba todo en color de rosas.
Kaeya tiene un secreto...
Fue abrazado nuevamente, ahora mismo, el que estaba escondiendo su rostro en el cuello del contrario era él, el moreno, mientras seguía sujetándose la cara. Lo odiaba, odiaba el color dorado de su ojo, odiaba ver la marca que le causó esa estúpida guerra.
Sin embargo, Diluc amaba su ojo, cuando eran niños, siempre le hacía recordar a su "hermano" que su ojo era único y especial, algo jamás antes visto, algo superior al resto de ojos que había visto. Claramente, al ser un par de niños, se daban ánimos de ese modo. Kaeya le creía, Diluc sonreía, ambos jugaban hasta el anochecer... y finalmente, ambos dormían.
—Kaeya, tu ojo no-.
—¡Ni se te ocurra decir alguna estupidez! —Su respiración era igual a la de Diluc—. ¡Ya no somos niños, no necesito tu falsa empatía conmigo!
—Déjame hablar, Kaeya.
—¡¿Por qué no mejor le das sermones y falsas esperanzas a otro?!
—¡Cállate! —su grito resonó por toda la habitación, asustando al peli-azul de forma repentina, sus tics se detuvieron y el temblor de ambos se detuvo abruptamente— ¡Cierra la boca o juro que voy a golpearte y te dejaré peor de lo que ya estás!
—¡Que terrible forma de tranquilizarme!
—Es verdad, no somos niños, ya somos unos patéticos adultos y, lamentablemente, al ser eso, tienes razón, debo decirte la verdad. —Con ambas manos, tomó su rostro, permitiendo nuevamente que sus ojos se conecten entre sí—. Kaeya, tus ojos están bien, no tienen nada de malo, lo que pasó con tu antigua tierra no fue tu culpa, la maldición que descubrimos que poseías gracias a esa travesura que hicimos cuando éramos niños, nos permitió saber la verdad sobre ti, la guerra, las muertes, Khaenri'ah, la maldición... ¡Nada es tu culpa, idiota!
—Jamás dije que fuera mi culpa.
—¡Pero siempre lo piensas, incluso cuando éramos niños! —Movió su cabeza y logró darle un fuerte cabezazo al moreno, chocando sus frentes y dejándoles a ambos una marca algo rojiza en el lugar donde el pelirrojo había ejercido fuerza—. ¿No lo recuerdas? ¿Tan rápido enterraste nuestro pasado?
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Ambos se separaron con una mueca de dolor en sus rostros, el golpe les había dolido. Aún manteniendo el ojo al descubierto, no tuvo más opción que cerrar ambos, mientras apretaba con algo de fuerza las colchas de aquella cálida cama que le pertenecía a su pelirrojo.
Se negaba a mirarlo, se negaba a mostrarle ese lado suyo que tanto odiaba, era muy claro que kaeya podía bromear de muchas formas, ser coqueto, simpático y demás, pero hay una parte suya que nunca le gustó, esa maldición que le había dejado su antiguo pueblo. Se negaba a convertirse en un monstruo, se negaba a dejar que los Arcontes lo denigren y humillen como hicieron con su padre. Se negaba a volver a ser débil. Por eso mismo, con ayuda de Dainsleif, volverían a su hogar, volverían a construir Khaenri'ah, aún mejor, convertirían a toda Teyvat en Khaenri'ah.