22 | Alessandro

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Había sido un día de mierda, y lo último que me apetecía era volver a casa de mi padre para escucharlo hablar. No tenía que ser así, pero se le daba de maravilla sacarme de mis casillas. Sabía perfectamente que temas sacar para encenderme. Y yo lo dejaba. Dejaba que hiciera conmigo lo que le apeteciera. Pero si algo tenía claro, es que no me iba a arrebatar mi futuro. Era la única cosa que no iba a dejar que me quitase.

En ese momento me encontraba en una cafetería que estaba ubicada un poco en las afueras de la ciudad, no estaba en el centro. Pero era tranquila, me pasé la mayor parte de la tarde pensando y rectificando.

No había estado bien mi reacción con Valentina. Ella no tenía la culpa de que mi padre fuese así, ella no tenía la culpa de nada de esto. Y lo pagué con ella. Le dije que había tenido la culpa cuando no era así.

Tenía que volver y decirle que me había equivocado, lo mínimo que podía hacer para no parecerme a mi padre era aceptar que me había equivocado y pedir las disculpas correspondientes.

Tranquilamente, salí de la cafetería y llame a Enzo al teléfono que me había dado para que lo llamase en cuando quisiera volver. Llego a mi localización en menos de diez minutos, cosa que fue un gran descanso para mí.

Al llegar a la casa no parecía haber nadie.

—¿Hola? —pregunté—. ¿Valentina?

Pero no obtuve respuesta alguna.

Me dirigí hacia la habitación, pero me detuve al escuchar dos voces en el despacho de mi padre. Eran dos voces que me resultaban muy familiares, por lo que solo podía llegar a una conclusión: Valentina y mi padre estaban hablando.

—Los tratos van así Valentina —escuché decir a mi padre—. Tú haces una oferta y la otra parte decide si acepta.

¿Qué tipo de trato estaban haciendo esos dos?

—Está bien —respondió ella—. En primer lugar, Alessandro no puede saber esto, ni ahora ni nunca. Lo único que va a saber es que me volví a España porque extrañaba a mi familia. En segundo lugar, tú pagas el billete de avión.

Al escuchar esto se me clavó algo en el corazón. No podía creer lo que estaba escuchando, no quería oír más, pero, sin embargo, me quedé hasta el final de la conversación.

—¿Eso es todo? —le preguntó el hombre que se hacía llamar mi padre.

—No. Quiero el doble de lo que me habías propuesto.

¿Había dinero de por medio? Eso sí que no podía ser nada bueno.

—Perfecto. Parece que entonces tenemos un trato señorita Montero. —Parecía que finalmente habían firmado un trato con dinero de por medio, eso no me daba una buena sensación—. Ahora solo espere mis instrucciones. Te mandaré la primera parte del trato en las próximas veinticuatro horas. Más vale que no se arrepienta ahora señorita Montero.

No quise escuchar nada más de la conversación, especialmente cuando Valentina estaba a punto de salir de esa sala.

Retrocedí unos pocos metros y decidí aparentar que acababa de llegar a la casa. Como si no hubiera pasado. Como si no acabase de escuchar esa conversación.

—Mira por dónde vas, no te vayas a chocar —bromeé en cuando la chica se estuvo de caer porque salió de la habitación casi corriendo. Me miró con una cara pálida—. Era una broma. Parece que hayas visto un fantasma.

—¿Qué? ¿Qué haces aquí? —tartamudeó sin saber muy bien que decir y decidí seguirle el juego.

—¿Qué haces tú saliendo del despacho de mi padre? —pregunté mientras miraba el interior de aquel despacho. Mi padre estaba ordenando algunos papeles.

Entre París y BerlínWhere stories live. Discover now