11 | Alessandro

179 14 3
                                    


Me quedé unos segundos observando aquellos ojos ámbar, buscando la tranquilidad que estos me solían dar. Respiré profundamente un par de veces y empecé a sincerarme con ella.

No era algo que solía hacer, pero sincerarme con ella se sentía bien. Sabía que no me iba a juzgar como todo el mundo, al contrario, iba a tratar de entenderme. Porque si algo me gustaba de ella era su humildad, el ponerse en la situación del otro sin criticar, sin prejuicios. Simplemente, tratando de entender.

—Con mi padre no solemos llevarnos bien —empecé a decir—. Al principio era el padre que todo el mundo desea. Un padre atento, amoroso, cariñoso y amable. Pero a medida que iban pasando los años, pasaba más tiempo en la oficina. Hasta que acabó llegando a casa a media noche. Recuerdo como al principio, solía esperarlo despierto —murmuré con una risa—, me leía un cuento y me dormía. Poco a poco, el ir a recibirlo a media noche se convirtieron en discusiones que él tenía con mi madre. A ella no le gustaba la idea de que llegase siempre a media noche. Cada día era una discusión. Y dejé de esperarlo porque no me gustaba nada que discutieran. Era completamente normal, tenía apenas doce años. Pero cada vez las discusiones iban a más —expliqué.

» Un día, mi madre me despertó y tenía un morado en la cara. Recuerdo perfectamente que me dijo "no te preocupes hijo, me di un golpe con la puerta". Yo me lo creí, pero la cosa dejó de cuadrarme cuando cada día amanecía con un morado más. Ella intentaba ocultarlos con maquillaje, pero al final el maquillaje no lo puede ocultar todo. Poco a poco fui entendiendo lo que pasaba. Rogué a mi madre que se divorciase de mi padre, pero ella no quería, y yo no lograba entender el porqué —negué levemente con la cabeza y me volví a sentar en el sitio donde habíamos cenado.

—Eras muy pequeño para entenderlo —murmuró la chica mientras se sentaba a mi lado y asentí mirándola.

—Lo era. Pero hubo un día en el que todo acabó explotando. Mi madre y yo fuimos a pasar un fin de semana en casa de mis abuelos. Por ciertos motivos acabamos volviendo antes de lo previsto. Mi padre se puso hecho una furia, empezó a gritar, creo que nunca lo había visto tan enfadado. En pocos minutos la pelea pasó de ser verbal a ser física. Me escondí en el armario, fue el primer lugar que encontré. Cerré los ojos y me tapé los oídos, no podía hacer nada más, estaba paralizado por el miedo. Así que simplemente dejé que pasase el tiempo —dejé de hablar y traté de respirar profundamente antes de seguir.

—Está bien —susurró ella con su dulce voz mientras acarició suavemente el cabello de mi nuca—, no tienes por qué contarlo todo si no estás listo.

—Pero quiero hacerlo —dije mirándola—. Él me encontró Valentina —tragué saliva negando—. Pensé que me iba a morir. Pero llegaron unos policías y se lo llevaron. Mi madre y yo acabamos en el hospital. Tuvimos suerte que los vecinos escuchasen todo y llamasen a la policía. Me hicieron muchas preguntas, y respondí lo mejor que pude. Pusieron una orden de alejamiento contra mi padre, él recogió sus cosas y se fue a vivir con la chica con la que había estado engañando a mi madre.

—¿No fue a la cárcel? —Preguntó sorprendida.

—No —respondí—. Ese bastardo es el dueño de uno de los mejores bufete de abogados, por lo que hicieron todo lo posible para sacarlo de ahí, y lo peor es que funcionó. Limpió su historial y se quedó tan ancho. Yo aún era menor, por lo que se hizo un juicio para mi custodia. Tras horas de discusión, el juez dijo que mi custodia se quedaría cincuenta - cincuenta.

» Desde ese día me hizo la vida imposible. No me llegó a golpear porque sabía que si lo contaba, iba a ir directo a la cárcel. Pero hizo todo lo posible para que mis días con él fuesen lo peor posible. A los dieciocho decidí que no quería ir más a su casa, y como ya era legalmente mayor de edad, él ya no me podía obligar. Pero él quería que estudiase derecho como él y su padre. Yo no quería y me negué. Entonces él decidió que no me iba a pagar nada más. A día de hoy aún me insiste para que deje la carrera y me matricule en derecho. Pero todo esto, la gente no lo sabe —murmuré observando las vistas de la ciudad—. Solo ven al hijo del director de una de las empresas más grandes de todo Italia. La gente habla porque no tiene idea o porque creen que así van a conseguir algo a cambio. Por este motivo no quería arrastrarte conmigo, Valentina. Por esto y porque mi padre aún se empeña en arruinarme la vida.

Entre París y BerlínWhere stories live. Discover now