2 | Alessandro

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El verano terminaba, lo que significaba volver a la vida monótona de la universidad. Había ido a pasar las vacaciones en Florencia, en casa de mi madre y su esposo. Pero terminar las vacaciones también significa volver a Milán y a la residencia de estudiantes, donde tenía una habitación alquilada con mi mejor amigo Fabio.

La residencia era un edificio moderno de varios pisos con balcones adornados de flores y una entrada amplia y acogedora. El edificio te recibía un amplio vestíbulo con techos altos y una decoración moderna. El suelo reluciente reflejaba la luz de las lámparas colgantes.

Al lado izquierdo, había el mostrador donde a principio de curso te daban la habitación que te habían asignado. También proporcionaban folletos informativos, horarios de eventos y mapas del campus universitario, de esta forma los residentes tenían toda la información necesaria.

A medida que te adentrabas más en la entrada, te encontrabas con un amplio salón común. Estaba equipado con cómodos sofás y sillas, dispuestos en grupos para fomentar la interacción entre los estudiantes. Los grandes ventanales permitían la entrada de luz natural, y las cortinas coloridas le daban un toque de calidez al ambiente.

En un rincón del salón, había una pequeña cafetería donde los residentes podían comprar bebidas calientes, refrescos y alimentos ligeros. Justo al lado de la cafetería, se encontraba un panel de anuncios lleno de carteles y notas sobre eventos, actividades y clubes estudiantiles.

A medida que avanzabas por el vestíbulo, podías ver las escaleras que llevaban a los diferentes pisos de la residencia. Cada puerta estaba numerada y decorada con el nombre del piso correspondiente.

Al llegar al vestíbulo, lo primero que hice fue ir al mostrador para que me proporcionasen la tarjeta de acceso a mi habitación. Había tres tipos distintos de habitaciones: las individuales, las de dos personas y las de tres personas. Nosotros siempre habíamos escogido la de dos personas, digamos que no nos gustaba mucho mezclarnos con la gente.

Cada año nos cambiaban de habitación, por lo que a principio de curso teníamos que pedir las tarjetas de acceso y devolverlas al terminar el curso.

Había mucha gente rodeando el mostrador, supongo que era gente nueva que tenía ganas de vivir en esta residencia. Por suerte conocía al chico del mostrador, por lo que me iba a saltar toda esta cola e ir más rápido.

—Lorenzo —dije saludándolo—. ¿Me das la tarjeta, por favor?

—Aquí la tienes —respondió mientras me proporcionaba la tarjeta.

—Gracias.

—Alessandro, recuerda abonar en cuanto antes el primer pago.

—¿Mi madre no lo ha hecho aún? —pregunté extrañado.

—Aún no. Tienes que hacerlo antes de que empiece el curso.

—Tranquilo, lo haré. Gracias por avisar. ¿Fabio ha llegado?

—Esta mañana.

—Perfecto, gracias. —Me despedí de él y me dirigí hacia el ascensor con mi maleta.

Mi madre siempre se encargaba de hacer los pagos a la residencia, a veces iba tarde, pero al final siempre abonaba el dinero. Tampoco se podía decir que íbamos muy bien de dinero. Mi madre era enfermera, y su sueldo no era muy alto, por lo que me tocaba trabajar mientras estudiaba. Mi padre se había desentendido del tema del dinero desde hace exactamente tres años, por lo que no nos ayudaba económicamente.

Entre París y BerlínWhere stories live. Discover now