9 | Valentina

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El viernes por la tarde llegó. Finalmente, había aceptado la propuesta que me hicieron, y no sabéis lo nerviosa que me siento en ese instante. Me había puesto una ropa cómoda pero a la vez elegante. Como siempre, no me quería poner algo básico o algo muy arreglado, así que finalmente opté por un top negro básico con una camisa blanca desabrochada por encima y unos tejanos cortos.

No tenía idea de dónde íbamos a ir. Era totalmente sorpresa para mí. De lo único que era conocedora era de la hora en la que me iban a venir a buscar: las ocho. Y exactamente faltaban cinco minutos.

Mi corazón latía con fuerza, estaba nerviosa.

—¿O sea que no vas a venir con nosotros? —me preguntó mi mejor amiga por décima vez.

Ya le había dicho que los chicos me ofrecieron el plan antes que ellos y como ya les había dicho que sí, me parecía de mal gusto de repente cancelarles el plan, y aún más para ir a otra actividad.

—Caro, ya te he dicho varias veces que no puedo. Que ya tengo un plan programado para hoy que no puedo cancelar.

—¿No quieres? ¿O no puedes?

Esa pregunta me dejó dudando. ¿No podía cancelar el plan, o no lo quería cancelar? Parte de mí no quería cancelarlo, no porque sentía que no debía hacerlo por amabilidad, sino porque en el fondo no quería. Me había autoconvencido de que no era lo correcto, pero la verdad es que no quería. Querría ir con ellos y desconectar un rato.

—No quiero cancelar el plan Caro —dije honestamente.

—¿Qué pasó con el hacer todo juntas? ¿Acaso ya no me quieres? Estás pasando más tiempo con ellos que con tu mejor amiga.

—Sabes que no es así... —traté de decir sin éxito, no me escuchaba.

—Claro que sí —dijo mientras me interrumpía—. Te pasas el día en su habitación. No me extraña que luego haya rumores.

—Eso no es cierto —protesté—. Tú sabes que voy a su habitación porque Fabio me está ayudando con el Italiano.

—¿Sabes? No me extrañaría nada que también hubiera rumores de ti y ese tal Freddy.

—Se llama Fabio. No Freddy.

—Cómo sea.

Negué mirándola. Eso no era justo y ella lo sabía.

No sabía que era lo que le pasaba. Hacía unos días que se comportaba de una forma extraña. Como si no fuera ella. O al menos, como si no fuera mi mejor amiga. Y era extraño. Era extraño sentir como si estuviera en mi contra, que no apoyaba mis decisiones. Pero seguramente todo esto era mi imaginación.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo y leí el mensaje que me había llegado.

—Hablamos luego —dije mirando a mi amiga—. Me tengo que ir.

Sin decir nada más salí del apartamento y busqué el coche negro con el que me habían venido a buscar.

Estuve a punto de mandarles un mensaje, no encontraba el coche que me habían dicho hasta que vi que un auto estacionado al otro lado de la acera me hacía luces. No era el coche que me había esperado, era mucho más grande. Yo no entendía mucho de coches, pero si no me equivocaba mucho era de la marca Volvo.

Con cuidado crucé la calle y me subí al coche negro, en los asientos traseros y rápidamente me puse el cinturón.

—¿Acaso tengo pinta de taxista? —dijo mientras me miraba por el retrovisor.

Me costó entender a qué se estaba refiriendo hasta que me percaté de que estábamos solos en el coche.

Él y yo. Nadie más.

Entre París y BerlínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora