Era paradójico. Primero, durante muchos años, pensabas que nadie jamás lograría doblegarte, castigarte o humillarte como aquellos que te jodieron la vida en tu pueblo natal. Ahora como juegos del destino llegaba ese hombrecito que ni siquiera te había pedido algo más que un poco de confianza y ahora era él por quien serías capaz de arrastrarte con tal de tan solo recibir una caricia, una mísera mirada que aliviara el doloroso frío de tu pecho, aunque fuera momentáneamente. No podías evitar sentirte como una mierda por haberle hecho enojar y ahora por él eras capaz de recibir un castigo que te afectaría de cierta manera a cambio de una "restauración del trato" que habían hecho aquel día de navidad.

Tú tendrías que ceder a su deseo más grande: Volverte su mujer de forma carnal.

Abriste la puerta de la solitaria cocina, tomando una taza limpia y buscando una de las teteras alrededor, consiguiendo solo dos de las tres que normalmente había. Supusiste que, de nuevo, cierto personaje famoso de la Legión la había dejado en su oficina -cosa que ya acostumbrabas a lidiar. Tenías más de un mes sin dormir una noche corrida y a él le pareció un buen momento para olvidar la jarra de té en su oficina-. 

Suspiraste cansinamente, hiciste tu té en otra tetera, lo serviste humeando en tu taza y saliste de la cocina al pasillo con los ojos cerrados, sintiendo el cansancio pero sabiendo que pegar un ojo a esas alturas de la madrugada sería inconveniente. No habías podido dormir por las pesadillas de siempre, mezcladas con otras nuevas además, ya que no te atrevías ni a poner un pie cerca de la habitación de Levi, esquivándole de todas las maneras posibles, escapando de aquel castigo al cual simplemente le tenías terror tras haberte informado con cierta científica loca de lo que significaba convertirse en una mujer.

Pasaste tu mano libre por tu rostro, volviendo a suspirar con desgano antes de encaminarte a la oficina del Líder de los Soldados, subiendo las escaleras y cruzando un par de pasillos en silencio. Las noches del comienzo de otoño eran frescas, aunque últimamente te habían resultado particularmente frías. Hoy por ejemplo, caminando descalza por la fría piedra, te era difícil no temblar apenas cubierta con un camisón a las rodillas.

Le diste un sorbo a tu taza de té negro, haciendo mala cara ante el sabor amargo, dulce y la contextura aguada de aquel líquido. No gustabas realmente del té negro; si bien el aroma era agradable, no era tu tipo de bebida preferida, pero lo importante era que habías descubierto que tomarlo te mantenía despierta y eso era muy importante ahora que no eras capaz de conciliar un sueño decente al no poder dormir por lo menos uno o dos días a la semana con Levi. Era inevitable que evadieses de todas las maneras posibles a aquel hombre que te quería castigar, aunque la verdad desearas todo lo contrario.

Te sorprendiste al ver la puerta de su oficina medio abierta, una vela a medio consumir y papeles en el escritorio. Todo estaba ordenado, pero la habitación estaba vacía. Por dios, eran las tres y media de la mañana, él no estaría despierto a esa hora durante esa época; apreciaba unas buenas horas de cálido sueño y dudabas que las perdiese solo para terminar papeleo inútil, así que supusiste que simplemente había dejado las cosas así.

Entraste en la oficina en silencio, encontrando justamente la tetera faltante sobre el escritorio junto a una taza de té frío. El aroma a limpio y a Levi en la oficina se mezclaban suavemente con el fuerte olor del té, haciendo que tu cabeza diera vueltas, sintiéndote cada vez más somnolienta mientras, al asegurarte de que no hubiese nadie más en el lugar, te sentabas en la silla que había en el escritorio y que él utilizaba a diario, dejándote envolver por el ambiente cálido y familiar de aquel lugar, cerrando los ojos y soltando un bostezo. Tenías mucho sueño.

Tomaste un último trago de té y lo dejaste sobre una mesa cercana, tragando mientras sentías aquel lugar cálido y agradable, montando los pies descalzos en el cojín y abrazando las piernas contra tu pecho para apoyar la cabeza contra uno de los apoyabrazos, quedándote dormida al fin.

Roulette Of MemoriesWhere stories live. Discover now