2. Pequeño Miau Miau.

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Fui ignorado.

Me crucé de brazos en un abrazo propio, cerrando los ojos un instante para dejar el dolor descender de mi garganta, regresarlo a mi pecho deseando ahogarlo. Pisé mi orgullo desperdigado en el suelo y avancé siguiendo mi propia sombra por el camino de adoquines hasta la casa.

«La casa...», reí absurdo. No, no la siento mía. Jung en tanto no entiende la diferencia entre un inmueble y un hogar, de modo que la construcción en la que pasamos los días se sigue sintiendo insegura, ajena y fría para mí.

Extraño mi hogar. No hay un sólo día en que no lo recuerde.

"Idealizar los recuerdos en eterna añoranza es lo que te impide disfrutar plenamente de tus posibilidades en el presente. Lo tienes todo, Yunki; suelta de una vez el pasado.", es el típico consejo del "Doctor 404-J~", repitiéndose en mi mente cada vez que quiero llorar... Porque lo sé; tiene razón. Aún así quería llorar.

«¿Tú qué sabes de disfrutar, Jung? Deja de leer tanta mierda filosófica, entiendo tus consejos mejor que tú, y sé que tienes razón ¡Pero déjame sufrir en paz!», mascullé.

Corrí los últimos metros, mordiendo mis labios para evitar soltar un sollozo lamentable que invocaría al señor sensato sobre mí con sus lastimeros sermones. Él me observó desde la distancia hasta que entré a la casa. El portazo se me escapó, lo juro. Tras el duro golpe que le di al marco metálico solté un grito cargado de rabia y pasé el seguro.

«No sé por qué, pero estoy molesto; no quiero que me hables».

Ustedes quisieran ver aquella casa. No la reconocerían como tal, creerían que es un raro museo moderno o una tienda de muebles. ¿Cuál es el problema de estos cabeza de chip con lo que significa una casa? ¡¿Dónde está la privacidad, señores?! Sepan: a pesar del elevado costo de la construcción, yo no tenía tal lujo. Fue un infierno disputar con ellos exigiendo que siquiera el excusado se hallara en un cubículo cerrado, porque no; no iba a cagar a la vista de otra persona como en una pesadilla.

Sin rincones ni ventanas, la construcción circular de 150 metros cuadrados carecía de divisiones, exceptuando el cubículo con el retrete. Poseía muros y pisos recubiertos de pino finamente ensamblado, vitrificado y pulido al punto de sentirse como un reluciente cristal. A un costado de la entrada se encontraba la sala, con sus blancos sofás modulares en semicírculo ante el proyector de TV y una mesa para café de madera al natural. Caminé del otro lado, contorneando el oscuro granito de la isla de la cocina en dirección al lavaplatos. Necesitaba un vaso con agua para ahogar las putas mariposas y arañas fastidiando en mi pecho y estómago. Me atoré por la brusquedad de cada trago.

«Maldición».

Tambaleante por mero gusto, inflando mis mejillas en un mohín asqueado de la vida, avancé hacia la sala dejando el vaso fuera de lugar con la única intención de fastidiar a Jung. Encendí los altavoces con un gesto de mis manos. Activé el buscador con un ademán.

Bienvenido, Pequeño Miau Miau —Habló la voz dulce y femenina del altavoz sacádome una breve risa. Sí; descaradamente cambié mi código por aquel ridículo nombre de usuario. No me juzguen; necesitaba que al menos alguien me hablara bonito al llegar a casa— Buscador activado ¿Qué desea?

One step closer~ —raspé la voz, deseaba algo de escándalo.

Si amaba algo de aquella casa era el jodido altavoz, tan envolvente que volvía imposible adivinar de dónde provenía su sonido y, sobre todo, la divina acústica que su cielo otorgaba; una cúpula de cristal de diez metros de altura cubría la casa en lugar de techo, volviendo prescindible la iluminación artificial durante el día. Sonreí extasiado.

UntermenschWhere stories live. Discover now