KAPTER XXXIX

74 8 36
                                    

Un par de horas transcurrieron para que los primeros trabajadores comenzaran a hacer su llegada. El trío se había tomado un merecido descanso, cada uno donde pudo. Solano e Italia, plácidamente juntos sobre una gran sofá que engalanaba y le propinaba una estética delicada al sitio; por su parte, el mayor científico de toda la historia recostaba su cabello oscuro en una almohada improvisada con bolsos, esto, al otro lado del enorme mueble.

La escena era culminada por un ventanal de grandes dimensiones, a sus espaldas, que mostraba la inmensidad de los primeros picos nevados de la cadena montañosa terrestre más extensa del mundo.

Ondas producidas por un complejo sistema del teleférico hicieron acto de presencia.

-¿Qué es eso? -el primero en despertar fue el viajero multiversal; se levantó y divisó a gran distancia, entre las guayas, que un problema se acercaba- ¡Despierten!

-¿Qué pasa? -respondió la pareja casi al unísono.

-Se acerca un vagón. ¡Hay que escondernos y guardar todo!

Un cierto desastre yacía sobre el suelo, herramienta junto a artefactos eléctricos no precisamente adornaban la estación. Al parecer el cansancio los dominó, cayendo en las suaves manos de Morfeo, Dios mitológico del sueño.

Entre apuros eligieron el mismo escondite que usaron el día anterior, aquel compartimiento destinado para los implementos de la limpieza.

El sistema de transporte arribó, dejando salir de su interior casi una decena de merideños dispuestos a laborar en las temperaturas casi extremas.

-Silencio -emanó Solano mientras tenía su oreja adherida a la puerta y le colaba seguro al mini cuarto.

-Debemos buscar una forma de salir de acá sin que nos vean -la chica pensaba-. Cómo se nos pudo olvidar el plan para regresar -su voz era casi imperceptible.

-Ya se nos ocurrirá algo -Alonso hizo su aporte.

-Alguien se acerca -se separó rápidamente de aquel metal el corpulento hombre-. No hagan ningún ruido.

El mutismo se hizo presente en el oscuro espacio, sólo un rayo de luz permitía ver, entre la ranura que se situaba cerca del suelo, una sombra.

La perilla se movía intentando girar.

-¿Y esto qué le pasó? -una voz femenina, algo ronca, permanecía hacia el otro lado-. Ahora se dañó esta vaina.

Dentro el trío no emanaba ni un respiro.

-¡Pedro! -la mujer solicitó ayuda- Venga pa' que me abra la puerta de los coletos.

Movimientos más bruscos indicaban las pruebas de una figura masculina. Aquella puerta casi se despegaba de sus bisagras.

-Nada, chica -abortó por un momento-. Busca en el manojo de llaves ¡Vale! -su acento era distinto, característico de la capital: Caracas.

-No lo tengo acá. Yo lo dejé abierto ayer. No se pa' que cierran esa vaina.

-Bueno, avíspate. En un rato llegan los visitantes. Es más... -miró a las afueras- ahí viene el primer lote.

-¡Ay Dios y no tengo nada listo! -la señora se alertó.

Ambos pares de pasos se fueron alejando.

Mark Solano ideó el procedimiento a seguir -Cuando lleguen los pasajeros nos escabullimos entre ellos para bajar con el primer vagón.

Así fue. La muchedumbre se podía escuchar a las afueras. Italia miró por el haz de luz que quedaba entre el suelo y la puerta para conseguir el momento preciso.

TERRA FAI: Un Nuevo MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora