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A unos cuarenta y ocho kilómetros de la ciudad de Mérida, en la localidad de Mucuchíes, se iba haciendo cada vez más grande la imagen de la gran obra arquitectónica frente a los ojos del científico Alonso Martinz y sus acompañantes, los únicos que le ofrecieron una mano amiga en estos momentos tempestuosos de su vida y, bueno, la vida de todo los Universos.

-Es increíblemente deslumbrante –exclamó el venezolano.

-Esos ineptos americanos jamás pensarán que tuvimos las agallas de establecernos en este lugar –Solano lideraba la comparsa junto a Trébol, aunque al primero esto no le hacía gracia-, eso, si nos logran rastrear de alguna manera.

Más atrás, Italia, vigilaba la retaguardia.

Tras algunos minutos de caminata por aquellas vías reducidas, donde sólo podía transitar un auto, arribaron a la entrada del hospedaje.

La imponente arquitectura medieval evocaba un castillo de dicha época tras los muros que poseían cierta inclinación hacia el interior del lugar. Recibidos por dos grandes arcos con escudos de armas colgantes y un aviso en letras muy pintorescas, Hotel Castillo "San Ignacio", auguraban una buena atención pero sobre todo seguridad y privacidad para estos fugitivos.

-¿Alguien ve un timbre o algo así? –se impacientaba el corpulento hombre para llamar la atención y que se acercaran a atenderlos.

-Acá hay una campana –el Doctor se acercó hacia ella, tomó una cuerda ligera que colgaba de su interior y la hizo sonar agitando la misma.

-Ahora lo que falta es que bajen esas compuertas y salga un carruaje con la Reina Isabel –comentó la chica con su peculiar humor.

Par de minutos pasaron antes de que una puerta se abriera, de allí salió una mujer con cabello corto y canoso con aspecto muy refinado.

-Excelente, ahí tenemos a nuestra Reina Isabel pero como que dejó el carruaje en el mecánico –Alonso se sonrió del comentario de Italia e intentó disimular ante la dama bajando la cabeza.

Gesto que la espontánea chica acompañó mirando a otro lado para sonreírse sin parecer descortés ante la anfitriona.

-¡Muy buen día! –aquella señora les dio el recibimiento- Sean bienvenidos al Hotel Castillo San Ignacio, mi nombre es Margaret ¿En qué les podemos ayudar?

-Mucho gusto, señora Margaret. Mi nombre es Alonso Mar... -un empujón de Solano con su cuerpo no le permitió finalizar la frase.

-Disculpe a mi hermano –dijo el fortachón casi asesinando a Martinz con la mirada-, es que él desde pequeño siempre se ha querido cambiar el nombre, pero en realidad es Jorge. La chica de allá es mi novia, Flor, y mi nombre es Andrés. Queremos registrarnos.

-Con gusto señor Andrés. ¿El perro es de... ustedes?

-No, el vino detr... -Solano recibió un poco de su propia medicina al ser refutado por su pareja.

-¡Sí! –Italia se pasó al frente con una gran sonrisa- Él es nuestro, es como nuestro bebé. ¿Cierto, Andrés? –lo miró fijamente.

-Si, como sea –le respondió-. ¿Tiene habitaciones disponibles? Venimos de un largo viaje y queremos descansar ya.

-Sí, claro. Pero la mascota tendrá un valor adicional.

-No creo que haya problema por eso, Andrés es un hombre de corazón amplio –la sensual mujer entró junto a Trébol seguida por Alonso y por último el ex militar antes de que la señora cerrara el pórtico.

Se encontraban en un gran patio, allí aparcaban los autos aquellos que deseaban pasar una noche entre estas paredes; a la distancia, un hermoso jardín con la fuente central adornaban aquel atractivo espacio despejado. El científico levantó la mirada, observando el gran complejo de torres que, contiguas, se levantaban del suelo con una arquitectura especial, cuidando el más mínimo detalle de su fachada.

TERRA FAI: Un Nuevo MundoWhere stories live. Discover now