KAPTER XXVII

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La oscuridad reinaba en aquel instante, la temperatura descendía, un silencio sepulcral se percibía. Allí yacía Martinz, quien había acabado de conseguir un profundo sueño, sin percatarse de lo que se le avecinaba.

Un extraño viento hizo vibrar bruscamente la puerta, esto logró que Trébol se levantará en estado de alerta, pero por alguna razón no emitió sonido alguno. Mientras se acercaba a la entrada de la alcoba un escalofrío hizo que su pelaje se erizara, propinándole un extraño susto en su corazón, a pesar de ello seguía aproximándose pero un poco más cauteloso. Entre el orillo que dejaba la puerta y el suelo vio como dos botas oscuras estaban del otro lado.

Su curiosidad aumentó cuando captó un extraño olor, por ello comenzó a olfatear. Aquella presencia le causó pavor cuando realizó un movimiento, haciendo que bajara sus orejas y escondiendo su cola entre las patas; inició a emitir gemidos de pánico. Aquel aroma correspondía a la sangre de la cual estaban cubiertas las suelas de dichas botas militares.

La perilla dorada se estremeció, el perro se corrió hacia atrás. Tenía un pavoroso presentimiento. De pronto, la esfera de metal comenzó a girar lentamente hacía la derecha, ese movimiento parecía que no tenía fin. Un leve ruido advirtió que la puerta estaba desatrancada, ésta se abrió con mucho sigilo; una gran sombra oscura penetró en el lugar, proyectándose en el suelo hasta llegar a Trébol, éste con un pánico recalcitrante, se había quedado sin ladrido, estaba totalmente impávido.

La silueta estaba envuelta en una penumbra escalofriante. Aquellos ojos reflejaban un odio mortal. El can, inmóvil, intentó articular algún sonido de alerta pero un impacto hizo que se desplomara en el gélido suelo. Entre la oscuridad, el brillo delató un arma recién accionada para callar al único testigo que había, acabando violentamente con su vida.

La figura masculina de gran envergadura parecía representar al mismísimo demonio. Su oscuro rostro poseía rasgos muy discernibles. Unos cuantos funestos pasos lo llevaron a pararse a un lado del adormitado científico, mirándolo fijamente mientras lo imaginaba en un sepulcral hoyo.

Una macabra sonrisa se reflejó en la oscuridad, parecía estar sellando la venganza. Su ensangrentada mano izquierda desapareció entre su oscura humanidad, sacando de allí la causa del calamitoso final del Doctor Alonso: Una granada temporizada.

Después de programar diez segundos salió como un fantasma del sitio dejando allí al futuro occiso a su fúnebre suerte. La cuenta corría hacía atrás. Una luz roja alumbraba el lugar mientras los números descendían, Martinz no se percató del fatídico momento.

Tres... dos... uno.

¡La explosión se consumó!

En ese instante, el venezolano se despertó con un grito mientras su corazón parecía salírsele del pecho, con la respiración acelerada y sudando frío.

-¡Pero qué...! -exclamó exaltado- ¿Qué fue eso?

Miró en todas dirección sin saber lo que pasó pero todo estaba en paz. Se giró sobre la cama y allí estaba durmiendo plácidamente Trébol y lo acarició.

-Dios... -intentaba calmarse sentado- Fue tan real -se tiró sobre el colchón-. Pesadilla del carajo.

La puerta se encontraba cerrada y todo en su lugar, excepto por aquello que llamó su atención. Cada determinado periodo de tiempo una luz roja se reflejaba levemente en las paredes cercanas a su mesa de trabajo.

Se levantó en dicha dirección.

-¿Qué produce eso? Seguro fue lo que me asustó.

Apartó la caja de las herramientas, miró su Reloj para ver si se trataba de un reinicio pero no era el responsable. Se acercó a lo poco que restaba armado del Dron, lo alzó para mirar por debajo de él, efectivamente, había un bombillo led de color rojo implantado a los componentes.

TERRA FAI: Un Nuevo MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora