KAPTER XII

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Aquella sensación de muerte inminente, accionó un estado de alerta en todo su cuerpo, activando su sistema nervioso simpático, emanando, por consiguiente, respuestas fisiológicas frente a aquel miedo atroz. Su corazón bombeaba más sangre, los músculos se tensaron, sus pulmones intentaban enviar mas oxígeno a toda su humanidad y el estómago se cerró dando pie a un posible enfrentamiento físico que, obviamente, fracasaría o a un reflejo de huida que... nunca llegó.

Una gota de nerviosismo se deslizaba por su sien; él era el objetivo claro de tres caninos feroces, que por motivos de evolución eran mas dominantes frente aquella situación de penumbra total. Martinz era su presa.

Como si hubiese carencia de dramatismo, los perros iniciaron a acercarse lentamente, acechando y gruñendo al pobre hombre atemorizado. Tres par de ojos resaltaban entre la oscuridad. Un mecanismo fácil y reconocido de emboscada, heredado de sus parientes lejanos: los primeros lobos, desprendidos de ellos en el “árbol evolutivo” cuando aquella humanidad primitiva inició la domesticación de ejemplares hasta hacerse llamar “el mejor amigo del hombre”, aunque dicha hermandad no existía en esta situación.

Los Rottweiler pararon, empleando repentinamente su biomecánica de ataque y se abalanzaron sobre el Doctor, éste sólo adoptó una posición fetal esperando su fin cuando de pronto una luminiscencia lo encandiló. ¿Sería la luz celestial? ¿Un ángel vino a rescatarlo?. Los perros detuvieron la embestida a su vez que una voz se percibió al fondo donde se originaba aquel haz resplandeciente.

-¡¿Quién eres?!- Preguntó un hombre, alto y delgado, cabello platinado y brazos entecos.

-¿Inspector Abramovich?- Replicó Alonso mientras entrecerraba los ojos para divisar un poco mejor aquella silueta. -¿Qué pasó en este lugar?-

-¡Alto!, ni un paso más o haré que lo ataquen los perros-

Martinz, con los brazos arriba al igual que ante un paredón, comprendió que no se trataba del tosco oficial sueco sino de un vigilante común, pero...

-En la AUCYT no tenemos vigilantes humanos y menos necesidad de utilizar perros para dicha tarea, que yo esté enterado- Pensó antes de dirigirle algunas palabras al centinela -Tranquilo amigo, sólo quiero saber qué le pasó a mi compañero-

El sujeto reaccionó sacando de su chaleco un intercomunicador algo desfasado de la actualidad del planeta Terra.

-¡Atención!, ¡atención!. Ladrón en el cuarto piso, frente a la oficina del decano- Transmitió a lo que parecía ser otro u otros colegas que se encontraban en las inmediaciones de aquella edificación.

-¡¿Ladrón?!- Argumentó el científico exaltado, a lo que los caninos respondieron con gruñidos amenazantes ante aquella actitud. Martinz dio un paso atrás -Yo no soy ningún ladrón... Soy el Doctor Alonso Martinz-

-¿Doctor qué...? Ya veo, éste está loco- Agregó con tono burlón -Manos arriba y dese la vuelta-
Alonso, incrédulo de lo que ocurría en aquella oscuridad y custodiado por tres caninos, accedió a la orden, el vigilante se acercó lentamente hasta detenerse a medio metro, allí pateó las piernas del hombre de ciencias y éste cayó arrodillado al suelo. Tomó sus manos, una de ellas con un paño ensangrentado y un reloj en la muñeca, se las llevó a la espalda y con lo que parecía una pequeña soga sujetó sus extremidades.

Una fuerza ascendente obligó al detenido a levantarse súbitamente sin equilibrio alguno. Ninguna palabra fue intercambiada mientras era llevado a través del pasillo y descendido por las escaleras que hacía minutos había recorrido en un intento desperado por huir del can. ¿El destino?: la puerta del laboratorio que tanto esfuerzo de su parte empleó para desplegar.

TERRA FAI: Un Nuevo MundoWhere stories live. Discover now