KAPTER XVIII

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Un viento frío comenzó a recorrer aquellas calles de la ciudad de Mérida. El inicio de la mañana demostraba que habrían precipitaciones en el transcurso del día.

La población merideña recorría las aceras sin saber que entre ellos se hallaba un viajero anónimo, a pesar de estar acostumbrados a rodearse de turistas, éste visitante no venía de otro país, ni mucho menos otro continente, su origen iba más allá de lo que cualquier transeúnte creyera posible. Un viajero perdido de otro Universo transitaba las calles con un dron dañado en su mano derecha.

Su parecido era más al de un indigente que el de algún colega suyo, ni mucho menos demostraba los vastos conocimientos que derrochaba. Ropas sucias y zapatos colmados de barro, producto de su travesía por el río, resaltaban a plena vista, haciendo que las personas se apartaran al pasar por un lado de él.

Allí estaba Alonso Martinz, con una pequeña mancha de sangre en la mano izquierda debido a la cortada de hacía algunas horas, que al resto le parecía más a un sujeto que había acabado de tener alguna riña que a alguien que estaba huyendo por su vida.

Hambriento y cansado caminaba como por inercia hasta que llegó a la Plaza Bolívar, la cual era el centro de todo el casco histórico y comercial de la ciudad. Un gran espacio compuesto de vegetación, niños corriendo entre sus andenes que se interceptaban en el medio del lugar, parejas sonriéndose mientras se miraban fijamente a los ojos, abuelos leyendo algún viejo libro y jóvenes disfrutando de una buena partida de ajedrez.

Al Norte de la Plaza, una gran edificio del mismo ancho de ésta se componía de tres pisos, donde, entre muchos servicios, resaltaban una tienda de ropa y un restaurante en la planta baja; al Sur, la Gobernación de Mérida, una construcción que comprendía casi una cuadra completa, se levantaba imponente con tintes muy parecidos al de un palacio, a su lado no podía faltar el McDonald's; al Oeste, otra edificación, pero ésta un poco más colonial, imprimía en la retina algunos siglos de antigüedad pero con comercios actuales entre sus entrañas, de los cuales destacaban un gran almacén de ropa, de los más prestigiosos de la capital andina y en el segundo piso, la hermosa Biblioteca "Don Tulio Febres Cordero" hacía vida llevando el epónimo de uno de los más grandes letrados que habría forjado Mérida; por último, al Este, la Catedral Basílica Menor de la Inmaculada Concepción se erigía -adornada con dos hermosas torres a sus costados- como la joya de aquella hermosa y fresca escena.

El Doctor, fijándose que nadie lo persiguiera pasó la Avenida 3 hasta sentarse en una banca de madera, allí suspiró para descansar unos momentos. Al frente, una pareja que llevaba rato conversando se levantaban rápidamente y mientras miraban de reojo se alejaron con prisa.

El estómago dio su primer aviso, gruñendo con fuerza; su cuerpo comunicaba la carencia de alimento.

-Debo comer algo -comentó para sí mismo-. De lo contrario no tendré ni energías para caminar.

Giró su vista a la izquierda; en el centro del lugar se levantaba una obra de seis metros de altura, aproximadamente. La gran estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar, elevaba su gloriosa espada en señal de una exitosa victoria, contrastando con el autoestima del Doctor, quien, aparte de estar desmoralizado, el hambre lo estaba consumiendo; desde el día anterior no había consumido nada.

Unos colores primarios llamaron su atención. Posó la vista en un árbol, detrás, el amarillo, azul y rojo componían lo que parecía ser un bolso.

Se acercó, y efectivamente se trataba de un morral en buen estado, usado pero con poco desgaste. El aroma de césped recién costado revoloteaba por el ambiente, mientras el rocío matutino aun cubría toda superficie. Miró a todos lados, buscando su dueño, pero a nadie le parecía importar aquel artículo. Lo revisó y no encontró nada; luego de tomarlo se volvió a sentar en la banca.

TERRA FAI: Un Nuevo MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora