KAPTER XXXII

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La tarde entraba a sus últimas horas. Un hermoso y antiguo reloj de péndulo anunciaba en sus agujas que faltaba media hora para la partida del científico y sus amigos.

-Hey –Italia se encontraba con su pareja realizando todos los preparativos en la habitación-, ¿Has visto a Martinz?

-No, desde que entre acá no lo he mirado –respondió mientras ingresaba abrigos a un bolso-. Ve a buscarlo.

Posterior a levantarse de la cama donde permanecía sentada, emprendió la marcha.

Un concentrado Alonso yacía en su habitación dándole los últimos toques a su Reloj Cuántico.

-¡Excelente! –levantó su artefacto casi en señal de victoria- Sólo debo ponerlo en la ventana para que los paneles solares que obtuve del dron lo carguen. Con eso estará listo.

La puerta de su alcoba resonó gracias a los característicos golpes del "tum, tum". Culminaba de instalar su invento de último momento, un cargador, en un orillo de la ventana, la cual poseía una bella vista, propia de estos parajes andinos.

-¡Adelante!

La señorita hizo acto de presencia en el lugar.

El merideño volteó cuando culminó su tarea –Italia.

-Doctorcito.

El silencio reinó por un instante. Alonso se sentó en la cama.

-Mmm... -la bella mujer permanecía parada en la entrada, luego cerró la puerta- Estabas perdido desde el almuerzo.

-Me vine a trabajar en mi Reloj, es nuestra única esperanza –su visión le reflejó la esbelta imagen de la mujer. Unos jeans que marcaban sus caderas y una blusa fresca que dejaba dilucidar un escote, acá los nervios comenzaron a hacer de las suyas, no habían estado totalmente solos posterior a conocerse en el apartamento. Además, ese rostro angelical le transmitía un sentimiento indescifrable: Una paz en guerra.

-¿Necesitas ayuda? –extrañamente su corazón rudo comenzaba a latir un poco más rápido, sus ojos recorrieron el rostro de aquel hombre, hasta caer en sus labios; su ser la impulsaba a acercarse, tenerlo cerca. Parpadeó varias veces para evitar los pensamientos prohibidos para ella.

-Tranquila, eres muy amable.

Sus miradas se cruzaron en aquella habitación las chispas revoloteaban, las palabras no eran necesarias, se transmitían todo mientras se observaban; un vínculo crecía entre ellos al igual que un incendio descontrolado. Pero cada uno tenía sus razones para querer evitarlo, sin darse cuenta que el efecto era opuesto a lo que querían.

-Entonces... -Italia se sobó la nuca- creo que mejor me voy, ya sé dónde estás, eso era lo que quería saber –señaló con su otra mano hacía la salida.

Alonso permanecía callado –No la dejes ir idiota. ¡Dile algo!- pero se rehusó a hacerlo. –No quiero faltarle el respeto a la memoria de mi Cristal. No creo estar preparado para hablar con alguien ahora mismo.

-Si necesitas algo me avisas –la razón le obligaba a irse pero su alma la detenía, ella no quería abandonar el sitio, aunque aquel hombre no daba indicios de querer su presencia allí. –Vamos Italia, debes evitar los problemas –se volteó para salir.

Tomó la perilla y se quedó allí, inmóvil, no tenía fuerzas para girarla, no tenía intenciones. Algo en su ser le indicaba que ese era su verdadero lugar, por alguna razón se sentía atraída a aquel viajero universal.

Al fin recogió fuerzas y abrió la puerta.

-¡Espera! –un temblor removió hasta los lugares más recónditos de su curvilíneo cuerpo. Italia escuchó las palabras que tanto había querido oír aunque no lo aceptara –Puedes quedarte conm... bueno, acá, otro rato. Si quieres.

TERRA FAI: Un Nuevo MundoWhere stories live. Discover now