La cocina era igual de simple y estética, con los electrodomésticos empotrados y todos los gabinetes de diseño limpios.

Nos dirigimos hacia los dormitorios, si no me había descontado, había cuatro a demás del principal. Todas presentaban camas con cabeceras simples y ropas de cama en colores suaves. Grandes ventanas enmarcan las vistas tranquilas del entorno.

Dejamos nuestras cosas en la habitación que Enzo nos había indicado anteriormente y en cuando estuvimos instalados fui a descubrir un poco más la casa. Parecía sacada de un cuento. Fácilmente, podría ser la casa de mis sueños.

El comedor tenía un gran ventanal, dando acceso a la parte exterior de la casa. Revelando una gran piscina rectangular rodeada de suelos de piedra. El mobiliario exterior, como no podía ser de otra manera, también era sencillo y elegante. Unas pocas tumbonas y unas sillas de exterior que, junto a unas sombrillas, ofrecían el lugar perfecto para disfrutar del sol y de la tranquilidad.

Me fijé en especial con unos cuadros con fotografías que había encima de unos cajones del comedor. En esas se podía ver a un niño pequeño con el cabello oscuro jugando con un señor, que en ese momento debía tener unos treinta y algo años, en un parque mientras hacían un castillo de arena. En otra fotografía salía una mujer con el cabello castaño ondulado que reconocí casi de inmediato, era Elena, la madre de Alessandro. Por lo que podía deducir que el niño pequeño que se veía en las fotografías era él. En esa foto estaban en lo que parecía ser un zoo, pues detrás se podía ver un rinoceronte.

—En estas fotografías debía tener unos cinco años —mencionó tomando entre sus manos uno de esos pequeños cuadros—. Ni siquiera sé porque las sigue guardando.

—Parecíais felices.

—Lo éramos. Hasta que todo se fue al traste.

—Veo que habéis llegado bien —mencionó una voz masculina y sería detrás de nosotros. No reconocía esa voz, por lo que seguramente sabía perfectamente de quién se trataba.

Alessandro dejó el cuadro en su sitio y nos volteamos. Vi a un hombre perfectamente vestido de traje, con corbata incluida. No llevaba barba, pero parecía que cuidaba su físico.

Andrea Benedetti.

Parecía un hombre poderoso, caminaba recto y con pasos firmes.

—Sí. Pero no gracias a ti —dijo modesto a su padre.

—Deberías dejar de ser tan rencoroso y agradecer que he enviado a Enzo a buscaros. Al final, es parte de su trabajo. —Si algo estaba viendo de él, es que no le importaba en absoluto nada.

—Si hubieras sido un mejor padre, nos hubieras venido a buscar tú mismo —espetó—, pero como siempre estás tan ocupado, ni siquiera has priorizado a tu único hijo cuando viene a visitarte. —Andrea abrió la boca para decir algo, pero Alessandro siguió hablando—. Pero no te preocupes, a estas alturas estoy más que acostumbrado.

Su padre parecía no escuchar las últimas palabras que su hijo le soltaba sin descaro, en cambio, me miraba a mí.

—Tú debes ser Valentina, su novia.

—La misma supongo —respondí educadamente.

—Poneros cómodos, la comida se sirve en una hora.

Y de la misma forma en la que entró, desapareció entre los pasillos de esta casa.

Por la poca interacción que tuve con él, pude notar una mala vibra. Y yo en estas cosas nunca me equivoco. Tal como dicen: ojo de loca no se equivoca.

—Siempre hace lo mismo —dijo negando—. Ni siquiera se ha molestado en preguntar cómo estamos. Empiezo a pensar que venir no ha sido una buena idea.

Entre París y BerlínWhere stories live. Discover now